Evangelio del día: «Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo». Lc10,17-24

Carta del Obispo por el Día Mundial del Refugiado

Desde 2001, el 20 de junio se celebra el Día Mundial de los Refugiados. La Iglesia mira al refugiado. Lo hemos podido comprobar también ante la actual pandemia. La Iglesia trabaja por un mundo fraterno, en la máxima expresión de la palabra. Y esa fraternidad debería ser distinta a la que existía antes de la amenaza de este virus, pues no podemos dejar a nadie atrás. Lo recordó el Papa Francisco: todos vamos en la misma barca, nadie se salva solo.

Según Naciones Unidas, cada minuto, 24 personas dejan todo por huir de la guerra, la persecución y la muerte. El número de personas que han huido de sus casas como refugiados se sitúa en 79,5 millones, un récord según el informe anual publicado este jueves por la ONU. El 40% son menores de edad. Los principales países de los que la gente huye son Siria seguido de Venezuela, Afganistán, Irak, Somalia, Sudán del Sur, Myanmar y Palestina. Por su parte, los países que acogen refugiados son Turquía, Pakistán, Uganda, Sudán y Alemania.

Aunque normalmente se hable de personas refugiadas de forma general, no todas las personas que migran son refugiadas. Un migrante es una persona que abandona su país para ir a otro. Puede ser de forma voluntaria o se puede ver forzado a ello por una situación de violencia. Un refugiado es una persona que abandona su país porque quedarse supone un peligro para su vida. En este momento especial en la historia de la Humanidad, el Día Mundial del Refugiado tiene una importancia sobresaliente.

Según CEAR, en 2019 España vivió un nuevo récord de nuevas peticiones de asilo: 118.264, el doble que el año anterior. Somos el quinto país en recibir estas solicitudes. El 80% proceden de América Latina: Venezuela con 40.906, Colombia, 29.369, Honduras, 6.972, Nicaragua, 5.931 y El Salvador con 4.784. Ese mismo año España resolvió 60.198 casos concediendo a un 66% protección temporal por razones humanitarias, sobre todo a venezolanos, a un 5% el estatuto de refugiado o la protección subsidiaria, denegando la protección a un 29% de los casos. Es necesario conocer la realidad más cercana para concienciarnos y saber actuar.

No nos olvidemos tampoco de los campos de refugiados donde también allí actúa el coronavirus. Las condiciones de vida en ellos son muy difíciles. En ellos viven muchísimas personas, amontonadas en muchas ocasiones, por lo que se hace imposible mantener la distancia de seguridad para evitar los contagios. A modo de ejemplo, el campo de refugiados de Moria, en Grecia pensado para 3.000 personas, viven a día de hoy más de 19.000 refugiados. Son lugares donde es complicado tener acceso a agua potable y donde no  hay medidas higiénicas necesarias para protegerse del virus. Estas malas condiciones y la falta de asistencia sanitaria afectan muy negativamente a la salud de los migrantes y por lo tanto, todos ellos son personas de riesgo ante la Covid-19.

La Iglesia ve en los más vulnerables las palabras de Jesús“Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos, a mí me lo hicisteis” Mt 25, 31-46. ¿Es posible ser seguidor de Cristo y a la vez mirar para otro lado ante el sufrimiento y la desesperación de quien se lanza a la mar o al desierto a buscar suelo seguro? ¿Tenemos miedo al desconocido o a quién no es como yo? Estas y otras preguntas nos pueden invadir ante el reto que supone acoger refugiados. Resuenan sus palabras: "Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme". Mt 25, 31-46.

El pasado domingo 14 de junio, el Papa Francisco, al terminar el Ángelus, recordó otra de las grandes vergüenzas en materia migratoria y de refugiados: “Sigo con gran preocupación y también con dolor la dramática situación de Libia. Ha estado presente en mis oraciones estos últimos días. Por favor, exhorto a los organismos internacionales y a quienes tienen responsabilidades políticas y militares a que reanuden con convicción y decisión la búsqueda de un camino para poner fin a la violencia, que conduzca a la paz, la estabilidad y la unidad del país. También rezo por los miles de migrantes, refugiados, solicitantes de asilo y desplazados internos en Libia. La situación sanitaria ha agravado sus ya precarias condiciones, haciéndolos más vulnerables a las formas de explotación y violencia. Hay crueldad. Invito a la comunidad internacional, por favor, a que dé gran importancia a su difícil situación, identificando vías y proporcionando medios para proporcionarles la protección que necesitan, una condición digna y un futuro de esperanza. Hermanos y hermanas, todos tenemos responsabilidad en esto, nadie puede sentirse dispensado. Recemos todos por Libia en silencio.”

Estamos ante un gran reto pastoral de la Iglesia y de los creyentes en nuestro país y en todo el mundo. El Papa nos recuerda que cuando se habla de refugiados y migrantes, solo se menciona el número que ha intentado llegar a Europa. Pero él lo dice bien: no son números, son personas. "En la huida a Egipto, el niño Jesús experimentó, junto con sus padres, la trágica condición de desplazado y refugiado, marcada por el miedo, la incertidumbre, las incomodidades", recuerda Francisco.

De acuerdo con la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 y su Protocolo de 1967, en la que España es parte firmante, un refugiado que huye de una guerra o del hambre no debe ser devuelto a un país donde se enfrenta a graves amenazas a su vida o su libertad. Debemos garantizar esta protección así como nuestras instituciones y representantes políticos promoviendo medidas en este sentido.

Quiero terminar con mi profundo agradecimiento a todas las personas, comunidades, parroquias y entidades de la Iglesia en España por su gran labor en favor de migrantes y refugiados. Con la pandemia de por medio, sabemos bien lo que supone la repentina amenaza a la vida y el desmoronamiento de lo que habíamos construido. Jesús en el Evangelio nos invita a no tener miedo, a poner en Él nuestra confianza. Si nosotros hemos pasado miedo por la pandemia en la que estamos y nos sentimos amenazados, los refugiados, por su situación, están ya sufriendo condena. Millones de personas tienen que huir por miedo a perder su vida debido a la violencia y la persecución. Recemos hoy para que cesen las causas que provocan estos éxodos no deseados y pidamos al Señor para nosotros y para nuestros países la actitud de la acogida.

Con mi bendición,

+ Juan Carlos Elizalde, Obispo de Vitoria

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