Evangelio del día: «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida». Jn6,52-59

Tiempo de cuaresma-Andrés Viñe

  1. Tiempo de Cuaresma: el tiempo propicio para ganar la Corona de la Vida.

Sap. 11, 24, 25 et 27: Miseréris ómnium, Dómine, et nihil odísti eórum quæ fecísti, dissímulans peccáta hóminum propter pœnitentiam et parcens illis: quia tu es Dóminus, Deus noster”. - Ps. 56,2: “Miserére mei, Deus, miserere mei: quóniam in te confídit ánima mea”.

Libro de la Sabiduría 11, 24, 25 y 27: “Os apiadáis, Señor, de todos, y nada aborrecéis de cuanto hicisteis, cubriendo y perdonando los pecados de los hombres por su penitencia; porque sois Vos nuestro Dios y Señor”. Salmo 56, 2: “Tened piedad de mí, Dios mío, tened piedad de mí; porque en Vos confía mi alma”.

De esta manera comienza el introito de la misa del Miércoles de Ceniza, tras el rito de las cenizas, en la liturgia tradicional. El Señor se apiada de todos, pero cuidado porque nada aborrece de cuanto hace; y por la hermosa virtud de la penitencia son perdonados los pecados a los hombres.

Estamos en unos tiempos en los que, más que nunca en muchos años, imploramos con el salmista la piedad del Señor, pero hemos de ser conscientes, como también se nos dice en el Introito, que solo por la penitencia son perdonados los pecados a los hombres; de igual manera nos lo recuerda repetidamente Nuestro Señor Jesús en su Evangelio “si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceréis” (Lc. 13, 5).

Si el Señor nada aborrece de cuanto hace, ¿qué hemos de pensar que quiere Dios con esta pandemia, con este nuevo castigo bíblico en estos tiempos cuaresmales? En primer lugar hemos de ser conscientes de que la única explicación racional y plausible, contemplando la Omnipotencia y la perfecta Benevolencia de Dios, es que Dios desea darnos un castigo sanador para que nos levantemos de nuestras culpas y hagamos penitencia por ellas. Si Dios no estuviera aplicando un castigo con un mal físico en justa retribución a nuestras maldades morales, ¿qué otras opciones nos quedarían? Pues o bien que Dios es impotente para impedirlo o bien que lo permite por algún otro motivo. Siendo la primera opción falsa por necesidad, pues Dios es el Creador de todo, el único motivo racional, justo y el menos cruel de todos los que podrían existir para que Dios quiera o permita esta situación es como castigo por nuestras maldades. Porque supongamos que no es ese el motivo, y que es, por ejemplo, solamente un intento de llamar nuestra atención ¿de ese modo? ¿Con todas esas muertes y esos sufrimientos de tantas personas? Dios, que es compasivo, solo podría permitir nuestros sufrimientos por una buena razón, y la única razón que existe es que, siendo Él el Bien, quiera castigar el Mal para que éste no triunfe. Donde está el castigo, está la justicia, y está el orden moral, está el bien. La pura catástrofe sin castigo, sin justicia, sin orden moral, o es el puro sinsentido, o peor, la crueldad gratuita.(1)

“Dios corrige y castiga a los que ama”(2)

(Hebreos 12, 5-8)

Una vez vista la racionalidad de que estemos ante un castigo divino, podemos adentrarnos más en qué es lo que quiere Dios con él. Dios, que ha revelado en Cristo que es substancialmente Amor, no puede querer solo que brille la espada de la Justicia sobre su Creación, como piensan otras erradas religiones que no conocen en plenitud su amor. Como buen Padre que es, quiere que todo castigo temporal nos sirva para curarnos, que sirva para el Bien (La Justicia y triunfo del Bien) y para nuestro bien: curarnos de nuestras maldades. Y como nos recuerdan incansablemente las tres fuentes de la Revelación: La Tradición, el Magisterio y las Sagradas Escrituras, el único medio para reparar el mal moral cometido por el hombre es la penitencia.  La virtud de la penitencia (que no el Sacramento) la define el Angélico Doctor, Santo Tomás de Aquino, como “aquella virtud por la que nos dolemos de los pecados cometidos en cuanto ofensa a Dios, con propósito de enmienda” y, ciertamente, esta situación nos está acercando a todos, pero especialmente a los cristianos, a tomar mejor conciencia del verdadero valor de las cosas y por tanto nos acerca a dicha virtud. Acostumbrados, como estábamos, al acceso diario y a todas horas a la eucaristía habíamos dejado de valorarla y reverenciarla y, por tanto, nos era más difícil hacer penitencia con una vida cristiana tan inconsciente y tan a nuestro gusto. En otros países, hermanos menos afortunados, deben esperar años para poder asistir a una eucaristía y hacen todo lo que pueden, sacrificando toda comodidad, todo plan, todo deseo que haga falta para poder comulgar del mismísimo cuerpo y sangre de Cristo. Justo es que Dios nos prive de aquello que despreciamos, pero además ha sido necesario que viniera Él con este golpe a despertarnos de nuestro letargo y nos ha desvelado el verdadero valor de tan sublime sacramento, lo que nos lleva en última instancia, en la soledad de nuestras casas, a arrepentirnos por nuestras faltas. Este motivo divino es coherente con el hecho, que muchos han pasado por alto, de que el coronavirus haya llegado en plena Cuaresma, el tiempo penitencial por excelencia, y por eso el tiempo de grandísimas gracias para nuestra conversión.

“He aquí el tiempo propicio, he aquí el día de la salvación”

Corintios 2, capítulo 6, versículo 2.

Con esta epístola de San Pablo empezaba el tiempo fuerte de la Cuaresma, esto es, tras el I Domingo de Cuaresma, en la liturgia tradicional. Con ella la Santa Madre Iglesia pretendía enseñar a sus hijos la verdad de que este era el tiempo maravilloso en gracias para alcanzar la conversión mediante el ayuno, la oración y la penitencia. Y ¡qué Cuaresma tan propicia nos ha dado Dios este año! En la que nos vemos obligados a estar recluidos en nuestras casas, ahora que se cierran todos los locales de ocio, como se había hecho siempre en las tierras cristianas hasta hace unas décadas. Si no sabemos aprovechar este tiempo es que ya no tenemos remedio; Dios en su misericordia apura las últimas bazas para nuestra conversión antes de tener que (Dios no lo quiera y se apiade de nosotros) tomar medidas peores. Para que esto no ocurra hagamos penitencia y pensemos a qué precio se nos ha concedido esta gracia y recemos constantemente por los agonizantes, por los difuntos en esta epidemia y por los que están trabajando heroicamente estos días.

No olvidemos, como nos recuerda el introito del Miércoles de Ceniza antedicho, que Dios se apiada de todos, no solo de los católicos practicantes, sino también de todo bautizado alejado de la Iglesia, su madre, y de todo pobre pagano. Así que necesario es que los castigos de Dios recaigan sobre todos pues todos tienen culpa y todos son llamados a la conversión. Y así, a todos les está poniendo Dios en camino de salvación. Tantos miles y miles de pecados mortales de impureza, de una cada vez más refinada gula, de embriaguez o por el uso de las drogas, como se cometían todos los fines de semana en esta tierra, han cesado, para bien de quienes inconscientemente ensuciaban con manchas de muerte su pobre alma. La soberbia que imaginariamente nos hacía creernos invencibles con nuestros progresos técnicos y que tanto desagrada a Dios, se ha relajado y nos enfrentamos con la realidad de la fragilidad del hombre, y de su gigantesca máquina mundial, que es el mundo globalizado, que ha caído por culpa de unos diminutos seres que creíamos ya vencidos para siempre; de nuevo David contra Goliat, o el misterio de como Dios siempre usa de lo pequeño para confundir lo grande y soberbio. La imposibilidad de huir de la Vida mediante los placeres y actividades cotidianas, que nos impedían reflexionar sobre las preguntas importantes de ésta, acercan a todo hombre, grande o pequeño, hombre o mujer, cristiano o no, a la Verdad. La obligación de convivir con quienes cohabitamos sin la posibilidad de huida, aunque a corto plazo aumenta el conflicto, a largo plazo fomenta la única salida que queda que es la paz y la armonía común. La industria del divorcio y del asesinato de los no nacidos quedan bajo mínimos.(3)

                                           “Recuerda hombre que polvo eres y en polvo te convertirás” 

        “Este es el espejo que no te engaña” pintura de Tomás Mondragón.

Con esta exhortación a la meditación de nuestra madre la Iglesia comienza oficialmente la penitencia cuaresmal del cristiano. Y hoy, viendo, tristemente, la muerte tan de cerca ¿quién no se habrá acordado de ella? “Nada hay más seguro que la muerte y nada más incierto que la hora” nos dice San Alfonso María de Ligorio, doctor de la Iglesia, en su muy recomendable obra “Preparación para la Muerte”; pero también nos dice que, como los reos de muerte cuando ven ajusticiar a sus compañeros tiemblan, porque saben que se acerca su hora, así para todos nosotros cada muerte cercana, sobre todo cuando uno envejece y ve que a su lado van poco a poco cayendo, es un nuevo recordatorio de que se acerca el inexorable destino que a todos nos espera. Hubo grandes santos que se hicieron tales al tomar consciencia plena y total de que habían de morir, como San Francisco de Borja que transportando el cadáver de la mujer que había sido considerada la más bella de la Cristiandad, Isabel de Portugal, pudo contemplarla en la podredumbre de la descomposición e iluminado por una especial gracia de Dios exclamó “no más servir a señor que se me pueda morir”. La cercanía a la muerte es siempre una llamada a la conversión y al cambio de vida, a recordar lo efímero, finito y vano de absolutamente todos los bienes que dejamos aquí al morir y de que en esta vida nos hemos de valer de ellos, no como fines en sí mismos, sino única y exclusivamente como medio para atesorar los bienes que nos permitirán un día llegar a la verdadera Patria del Hombre que es el Cielo y retornar a nuestro Creador, que tanto nos ama y que tanto nos espera.

Terminando, como terminan los cuarenta días, o cuarentena, de la penitencia cuaresmal en la Pascua del Señor, miremos al Gólgota.

“Llevaban además otros dos malhechores para ejecutarlos con él.  Llegados al lugar llamado Calvario, lo crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y  otro a la izquierda” (Lc. 23, 32-33).

Como vemos Dios nos pone, hoy más que nunca, en la mano el gran medio de la conversión que es la penitencia. Pero todo hombre tiene dos posibles caminos a elegir ante estas inexorables cruces que nos acompañan en nuestro peregrinar por esta tierra desde la expulsión del Paraíso (¡misterio este el de la Cruz por el que el mismo Dios quiso pasar!). O bien toma la cruz que le da Dios y aceptándola carga con ella y se santifica, como hizo el Buen Ladrón, o bien la lleva a rastras, maldiciendo la sabia Voluntad de Dios y haciendo todo lo posible, sea legítimo o no, por quitársela, esto es lo que hizo el Mal Ladrón. Un camino lleva al Cielo el otro al Infierno.

“El que quiera venir conmigo, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si al cabo pierde su alma?” Evangelio según San Mateo 16, 24-27

Dios nos da estos días de tan intensa cuaresma para que elijamos. Hagámoslo bien, no tengamos que arrepentirnos de haber elegido mal por toda la eternidad.

“Todo lo que no es eterno está eternamente pasado de moda” C.S. Lewis

Cristo Juez Universal de vivos y muertos.

(1) Esto no significa que todo mal físico que podamos padecer se relacione con un castigo como con su causa, más que en cierto modo por los efectos producidos por La Caída; pero lo que hemos de tener claro siempre es que toda clase de mal que quiere o permite Dios es siempre por un bien mayor. Aun así, la noción de castigo divino colectivo ante los pecados públicos del pueblo y de las autoridades mediante catástrofes extraordinarias: guerras, hambres, terremotos, plagas y enfermedades es doctrina segura universalmente sostenida por la Iglesia. El propio Catecismo de la Iglesia Católica actual recoge en sus números 1867 y 2268 que hay una serie de pecados especiales que claman la venganza del Cielo sobre los perpetradores. También, el Código de Derecho Canónico vigente, reconoce que la comisión de un delito requiere de un castigo por dicho delito, en concordancia con el principio de la Justicia. El Libro de la Sabiduría en sus capítulos 11 y 12 explica con sencillez y claridad como se compaginan a la vez en Dios su justicia y su compasión:

“Tu inmenso poder está siempre a tu disposición, ¿y quién puede resistir a la fuerza de tu brazo? El mundo entero es delante de ti como un grano de polvo que apenas inclina la balanza, como una gota de rocío matinal que cae sobre la tierra. Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan. Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado. ¿Cómo podría subsistir una cosa si tú no quisieras? ¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida, porque tu espíritu incorruptible está en todas las cosas. (…) Por eso reprendes poco a poco a los que caen, y los amonestas recordándoles sus pecados, para que se aparten del mal y crean en ti, Señor. Como eres justo, riges el universo con justicia, y consideras incompatible con tu poder condenar a quien no merece ser castigado. Porque tu fuerza es el principio de tu justicia, y tu dominio sobre todas las cosas te hace indulgente con todos. Tú muestras tu fuerza cuando alguien no cree en la plenitud de tu poder, y confundes la temeridad de aquellos que la conocen. Pero, como eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque con sólo quererlo puedes ejercer tu poder.”

Para profundizar en el reato de pena o castigo debido al pecado consúltese al doctor común, Santo Tomás de Aquino, en su Suma Teológica I-IIae, cuestión 87: http://hjg.com.ar/sumat/b/c87.html#a7

(2) Dicen así estos versículos: “Y habéis olvidado la exhortación que os dirige como a hijos: «Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desalientes cuando te reprenda; porque el Señor corrige a quien ama, y castiga al que recibe por hijo» Perseverad para vuestra formación. Dios os trata como a hijos. ¿Hay algún hijo que no sea corregido por su padre? Si estuvieseis exentos de castigo, que a todos alcanza, no seríais hijos legítimos sino bastardos”.

(3) En caso de verdadero maltrato la Iglesia siempre ha considerado la posibilidad de la separación temporal de los cónyuges, que no el divorcio; maltratos que también podrían aumentar en esta situación. Parece ser que muchos países no han impedido la realización de abortos pese a la crisis, pero recemos porque así sea.

Andrés Viñé - Gazteok

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