La Eucaristía es fuente y cumbre de toda vida cristiana. Es el sacrificio de Cristo que se hace presente sacramentalmente entre nosotros. Es el compendio de nuestra fe, acción de gracias, adoración y alabanza al Padre. Es el banquete del Señor y expresión de la unidad de la Iglesia entera que sigue su mandato: «Haced esto en memoria mía».

Recordando a nuestros difuntos

En la Santa Misa compartimos el Pan y la Palabra disponiéndonos a seguir el camino del Evangelio. Esto no puede comprarse ni venderse. Por eso, en esta parroquia se celebra siempre teniendo presentes las intenciones de quien lo solicite y de todos los fieles.

Si quieres ofrecer una misa por un difunto, ponte en contacto con nosotros.

Quienes reconocen el deber cristiano de colaborar con los gastos parroquiales, entregan su ofrenda en la forma que mejor les convenga.


Preguntas frecuentes

Puesto que Cristo está verdaderamente presente bajo las especies consagradas de pan y de vino, debemos conservar con la máxima reverencia las sagradas especies y adorar a nuestro Señor y Salvador presente en el Santísimo Sacramento. Si tras la celebración de la sagrada Eucaristía quedan hostias consagradas, se reservan en vasos sagrados en el tabernáculo o sagrario. Dado que en él está presente el Santísimo, el tabernáculo es uno de los lugares más venerables de toda iglesia. Ante el tabernáculo hacemos la genuflexión.

Ciertamente, quien sigue realmente a Cristo lo reconocerá en los más pobres y aprenderá a servirle en ellos. Pero también encontrará tiempo para permanecer en el silencio de la adoración ante el sagrario y dedicar su amor al Señor eucarístico.

 

Quien quiera recibir la sagrada Eucaristía, debe ser católico. Si fuera consciente de un pecado grave o mortal, debe confesarse antes. Antes de ponerse ante el altar hay que reconciliarse con el prójimo.

Hasta hace pocos años estaba dispuesto no comer nada como mínimo tres horas antes de una celebración eucarística; de este modo se quería estar preparado para el encuentro con Cristo en la Comunión. Hoy en día la Iglesia pide al menos una hora de ayuno. Un signo de respeto es el vestido, bonito y algo especial, pues al fin y al cabo tenemos una cita con el Señor del mundo.

Cada sagrada Comunión me une más íntimamente con Cristo, me convierte en un miembro vivo del cuerpo de Cristo, renueva las gracias que he recibido en el Bautismo y la Confirmación y me fortalece en la lucha contra el pecado.

Jesús prometió a sus discípulos, y con ello también a nosotros, que nos sentaríamos un día a la mesa con él. Por eso cada Santa Misa es «memorial de la pasión, plenitud de la gracia, prenda de la gloría futura» (oración «0 sacrum convivium» recogida en la antífona del Magníficat en las II Vísperas de la fiesta de Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo).