¿Ha fallecido un ser querido? ¿Quieres celebrar su funeral en la Parroquia de Nuestra Señora Madre de los Desamparados? Llámanos al 945 25 31 33 y prepararemos todo como es debido. Recibe nuestro más sentido pésame, consuelo y afecto. Descanse en la Paz del Señor.

«…Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.Juan 6:48-59

Cuando la celebración de las exequias tiene lugar en la Iglesia, la Eucaristía es el corazón de la realidad pascual de la muerte cristiana. La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino.

Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de fieles, especialmente la familia del difunto, aprende a vivir en comunión con quien «se durmió en el Señor», comulgando con el Cuerpo de Cristo, de quien es miembro vivo, y orando luego por él y con él.

«Una vez muertos no estamos en absoluto separados unos de otros, pues todos recorremos el mismo camino y nos volveremos a encontrar en un mismo lugar. No nos separaremos jamás, porque vivimos para Cristo y ahora estamos unidos a Cristo, yendo hacia Él, estaremos todos juntos en Cristo». San Simeón de Tesalónica

Extracto de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses

«Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto. Esto es lo que os decimos apoyados en la palabra del Señor: nosotros, los que quedemos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que hayan muerto; pues el mismo Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar; después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos entre nubes al encuentro del Señor, por los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras». 1 Tesalonicenses 4, 13-18


¿Qué hacer ante los “valles oscuros” y la muerte?

Responde el Papa Francisco

Ante los “valles oscuros” de la vida, el sufrimiento y la muerte, el cristiano ha de saber que puede encomendarse con fe a la voluntad de Dios que camina siempre junto a su pueblo, junto a cada persona. Cuando nosotros hoy vemos tantos valles oscuros, tantas desgracias, tanta gente que se muere de hambre, de guerra; tantos niños minusválidos, tantos… tantos que ahora tú les preguntas a sus padres: «¿Pero qué enfermedad tiene?» – «Nadie lo sabe: se llama enfermedad rara». Cuando tú ves todo esto te preguntas, ¿pero dónde está el Señor? ¿Dónde estás? ¿Tú caminas conmigo?

Cuando tú ves que se cierran las puertas a los prófugos y se los deja afuera, al aire, con el frío. Pero Señor, ¿dónde estás Tú? ¿Cómo puedo encomendarme a ti si veo todas estas cosas? Y cuando las cosas me suceden a mí, cada uno de nosotros puede decir: ¿cómo me encomiendo a Ti? No se puede explicar, no, yo no soy capaz de esto.

¿Por qué sufre un niño? No lo sé: es un misterio para mí. Sólo me da un poco de luz, no a la mente sino al alma, Jesús en Getsemaní: «Padre, este cáliz, no. Pero que se haga tu voluntad». Se encomienda a la voluntad del Padre. Jesús sabe que no termina todo con la muerte o con la angustia. Y la última palabra de la Cruz: «¡Padre, en tus manos me encomiendo!», y muere así. Encomendarse a Dios, que camina conmigo, que camina con mi pueblo, que camina con la Iglesia: esto es un acto de fe. Yo me encomiendo. No sé, no sé por qué sucede esto pero yo me encomiendo. Tú sabrás porqué.

Esta es la enseñanza de Jesús: a quien se encomienda al Señor, que es Pastor, no le falta nada. Incluso si va por un valle oscuro sabe que el mal es un mal del momento pero no habrá mal definitivo porque el Señor está, porque tú Señor estás conmigo. Esta es una gracia que debemos pedir.

Jesús le dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí».Juan 14:6