Queremos y necesitamos sacerdotes y vocaciones religiosas. ¿Qué podemos hacer para cultivarlas? Si nuestra comunidad cristiana es viva, fervorosa y alegre, será fuente de vida fraterna y así podrá despertar entre los jóvenes el deseo de consagrarse a Dios y a la evangelización. Oremos al Señor para que el Espíritu Santo haga fecunda esta comunidad y así nuestros jóvenes puedan encontrar caminos de consagración.

La Iglesia es la casa de la misericordia y la tierra donde la vocación germina, crece y da fruto.

Como explica el Papa Francisco, toda vocación tiene su origen en la mirada compasiva de Jesús. Conversión y vocación son como las dos caras de una sola moneda y se implican mutuamente a lo largo de la vida del discípulo misionero. La llamada de Dios se realiza por medio de la mediación comunitaria. Dios nos llama a pertenecer a la Iglesia y, después de madurar en su seno, nos concede una vocación específica. El camino vocacional se hace al lado de otros hermanos y hermanas que el Señor nos regala: es una con-vocación. El dinamismo eclesial de la vocación es un antídoto contra el veneno de la indiferencia y el individualismo.


Preguntas frecuentes

La vocación nace en la Iglesia. Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos. Respondiendo a la llamada de Dios, el joven ve cómo se amplía el horizonte eclesial, puede considerar los diferentes carismas y vocaciones y alcanzar así un discernimiento más objetivo. La comunidad se convierte de este modo en el hogar y la familia en la que nace la vocación. El candidato contempla agradecido esta mediación comunitaria como un elemento irrenunciable para su futuro. Aprende a conocer y a amar a otros hermanos y hermanas que recorren diversos caminos; y estos vínculos fortalecen en todos la comunión.