El amor de Cristo se muestra en que busca a los que están perdidos y cura a los enfermos. Por eso recibimos el amor de Jesús en los sacramentos de la curación y restauración. Gracias a ellos, nos vemos liberados del pecado y confortados en la debilidad corporal y espiritual.
Mediante la Unción de los enfermos los desesperados se convierten en hombres con confianza. El sacramento de todos los sacramentos es Cristo mismo. En él podemos dejar la perdición del egoísmo y entramos en la verdadera vida, que no cesa nunca.
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Mediante la Unción de los enfermos es Cristo quien cura, fortalece y consuela.
El sacramento de la Unción de los enfermos lo puede recibir todo creyente que sufra una enfermedad de larga duración, sea anciano o esté en una situación crítica. La Unción de los enfermos se puede recibir varias veces a lo largo de la vida. Por eso tiene sentido que también personas jóvenes soliciten este sacramento, por ejemplo cuando se someten a una operación grave. Muchos cristianos unen la Unción con una confesión general, porque en caso de muerte quieren estar con la conciencia limpia y preparados para recibir el abrazo del Padre.
«¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que recen por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor». Santiago 5, 14
La Unción de los enfermos otorga consuelo, paz y ánimo y une al enfermo –en su situación precaria y en su sufrimiento– de un modo más íntimo con Cristo. Porque el Señor pasó por nuestros miedos y llevó en su cuerpo nuestros dolores. En algunas personas, la Unción de los enfermos logra la curación corporal. Pero si Dios quiere llevarse consigo a alguien, la Unción de los enfermos le otorga la fuerza para todas las luchas corporales y espirituales en su último viaje. En cualquier caso, la Unción de los enfermos tiene el efecto de perdonar los pecados.
Muchos enfermos tienen miedo ante este sacramento y lo retrasan hasta el último momento, porque piensan que es una especie de condena de muerte. Pero en realidad es al revés: la Unción de los enfermos se recibe para sentir la presencia de Dios que consuela, anima e infunde esperanza a quien la recibe, haciéndole sentir que es un miembro vivo y querido de la Iglesia.
Quien acompaña como cristiano a un enfermo debería quitarle todo falso miedo. La mayoría de los que están seriamente en peligro, presiente de forma intuitiva que en ese momento no hay para ellos nada más importante que arrimarse rápida e incondicionalmente a aquel que superó la muerte y es la misma vida: Jesús, el Salvador.