Carta del Obispo de Vitoria con motivo del Día de la Iglesia Diocesana

Queridos diocesanos: el domingo 12 de noviembre celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. ¡El día de la Diócesis de Vitoria! ¡El Día de nuestra Diócesis! El Señor se ha hecho presente en nuestra pobre vida a través de la Iglesia, santa comunidad de pecadores. Respondemos con agradecimiento al Señor y a los hermanos en nuestra entrega en y a la Iglesia Diocesana de Vitoria. No existe agradecimiento al Señor ni entrega a nuestros hermanos al margen de nuestra Iglesia Diocesana. Derrochar nuestra energía en esta Iglesia de Vitoria es vivir en comunión con la Iglesia Universal y al servicio de toda la humanidad.

Jar ditzagun gure begiak eta gure bihotza Maisuarengan, bera gurekin dator… eta ezagutzen du bidea. Abantaila hori dugu. Horregatik “beldurrak” eta “atzera begiratzeak” ez dute balio.

Cada diocesano según su vocación, circunstancias, edad y ánimo, está viviendo un día de agradecimiento por el don de la fe transmitido a través de la Iglesia. ¿Qué sería de cada uno de nosotros si no hubiéramos conocido al Señor, si en la Iglesia no hubiéramos nacido a una vida nueva? El Día de la Iglesia Diocesana es un termómetro que mide nuestra pertenencia eclesial y nuestro amor a la Iglesia. Y desde luego, este día, es un estímulo para construir entre todos una Iglesia lo más parecida a la que Jesús quiso. En Hechos de los Apóstoles se nos muestran algunos rasgos de aquella primitiva comunidad, rasgos que, estoy seguro, que la Iglesia de Vitoria quiere encarnar hoy. Recuerdo algunas características de aquella Iglesia naciente para refrescarlas y actualizarlas en nuestra Iglesia de Vitoria hoy en su día.

1. Un solo corazón

«El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común». Hechos 4,32.

Claro que existían disensiones y bandos, pero tan cerca de Pentecostés, lo que sobre todo poseían en común era Jesús, su Espíritu, su Palabra, su Cuerpo y su Sangre. «Mirad cómo se aman», las famosas palabras que Tertuliano pone en boca de los paganos, son desde el principio. Las diferencias en la comunidad les conducen al Concilio de Jerusalén pero esas diferencias no enfrían el afecto ni el ardor apostólico. La prioridad de una iglesia diocesana es quererse. Sólo si nos queremos nos sumaremos sin restarnos y seremos fecundos. Amarnos es aceptarnos en la variedad de carismas y estilos presentes en la Diócesis. Sólo desde las diversas sensibilidades que conviven en la Iglesia de Vitoria se puede establecer un diálogo real y fluido con nuestra sociedad nada monolítica sino plural, cambiante y compleja. La simpatía en el sentido de capacidad de comprender, sintonizar y acompañar a nuestra gente exige una Iglesia con un sólo corazón que encauza todo su caudal afectivo hacia la misión. El Consejo Diocesano de Pastoral ya celebrado, el Consejo de Presbiterio que ya se habrá constituido antes del Día de la Iglesia Diocesana y la elaboración ya en marcha del Plan Diocesano de Evangelización son ocasiones privilegiadas para mirar al corazón, para purificarlo y sobre todo para dejarlo crecer. El lema de este año, «Somos una gran familia contigo», nos ayuda cómo tiene que ser ese afecto eclesial: como en una familia. En casa nos conocemos muy bien, pero por ser de la misma familia nos aceptamos y nos queremos. Tenemos motivos para tener un sólo corazón. Prima la familia, el proyecto en común, sobre las diferencias que nos pueden separar. Las comunidades que han estrenado pastores este curso tienen más libertad y facilidad para preguntarse cómo podrá ser aquí la comunidad que sueña el Señor. Pastores y fieles están «haciéndose» y por tanto más receptivos a lo que el Señor quiere de cada uno y de esa comunidad. Yo como obispo también sigo «haciéndome» y por tanto con el corazón abierto de par en par.

2. Los pobres

«Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas, las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba». Hechos 4,34-36.

No siempre era exactamente así pues Ananías y Safira timaron a los apóstoles —Hechos 5— y la institución de los Diáconos surge para reparar la injusticia existente: «Los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas». Hechos 6,1.

Pero fue un hecho que el nacimiento de la Iglesia supuso una revolución social en favor de los pobres. El Papa emérito Benedicto XVI recuerda que cuando Juliano el Apóstata quiso recrear la religión imperial incluyó en su proyecto lo que vio en las instituciones caritativas de la Iglesia. El Papa Francisco —cf Evangelii Gaudium 198— ha puesto el dedo en la llaga cuando considera lugar teológico, no sólo sociológico, la opción por los pobres que nos evangelizan. Su deseo, «¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!» resuena en nuestras comunidades. La Iglesia de Vitoria como institución ha puesto proféticamente en su corazón a los pobres. Eso ya tiene un poder de transformación en el corazón de cada diocesano, en sus relaciones y en su manera de afrontar los cambios intraeclesiales y personales. El Día de la Iglesia Diocesana nos confirma en nuestra aportación voluntaria para el sostenimiento de la misma, en nuestros gastos vinculados y directamente proporcionales a la realidad de los pobres y en nuestro voluntariado concreto.

El penúltimo domingo del año litúrgico, 19 de Noviembre, celebraremos la primera Jornada Mundial de los Pobres, expresión de la predilección de Jesús por los pobres. El Papa, impulsor de la misma, en su carta explicatoria «No amemos de palabra sino con obras» dice:

«Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios.

Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad. Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna».

En la web de la Diócesis están las concreciones de la Jornada tal como el Papa la explica.

Eman iezaguzu gai ez denaren, txiroaren, apalaren zentzua; gutxiaren, ezerezaren, ahultasunaren zentzua; zorionaren, pozaren eta jaiaren zentzua. Emaguzu anaiaarrebei laguntzeko gauza den bihotz apala. Emaguzu zure errukia suma dezan eta gure norberekeriaren hesia hauts dezan bihotza.

3. Eucaristía dominical

«Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones». Hechos 2,42.

Será la Didajé la que nos diga que desde el principio la comunidad se reunía al amanecer del primer día de la semana para celebrar la Eucaristía en un esquema celebrativo que subsiste hasta hoy. Desde el comienzo de la Iglesia, ser cristiano ha estado vinculado a la Eucaristía dominical como fuente y como cumbre de la vida. La Apología de San Justino, la Didascalia de los Apóstoles y el testimonio de mártires como los de Abitinia avalan este hecho. En el Día de la Iglesia Diocesana celebrando la Eucaristía estamos tocando las raíces de nuestra pertenencia a la Iglesia y de nuestro ser cristianos. Nuestra gente y sobre todo nuestros jóvenes estarán en los alrededores de la vida cristiana mientras no incorporen la Eucaristía dominical como parte integrante de su ser y de su vivir. Si de nuestros colegios religiosos no conseguimos que salgan, en un proceso gradual y empático, con la Eucaristía dominical incorporada a su vida no habremos formado jóvenes propiamente cristianos. Lo seguiré repitiendo incansablemente: es tarea de todos, padres y madres, sacerdotes, catequistas y agentes de pastoral, religiosos y religiosas, conseguir un entorno eclesial favorable a la Eucaristía. Nuestros jóvenes se lo merecen. Los poquísimos jóvenes que en Vitoria descubren la Eucaristía se agigantan.

El número 48 de la Carta Apostólica sobre el Domingo, «Dies Domini», del Papa S. Juan Pablo II nos recuerda:

«Hoy, como en los tiempos heroicos del principio, en tantas regiones del mundo se presentan situaciones difíciles para muchos que desean vivir con coherencia la propia fe. El ambiente es a veces declaradamente hostil y, otras veces —y más a menudo— indiferente y reacio al mensaje evangélico. El creyente, si no quiere verse avasallado por este ambiente, ha de poder contar con el apoyo de la comunidad cristiana. Por eso es necesario que se convenza de la importancia decisiva que, para su vida de fe, tiene reunirse el domingo con los otros hermanos para celebrar la Pascua del Señor con el sacramento de la Nueva Alianza. Corresponde de manera particular a los Obispos preocuparse «de que el domingo sea reconocido por todos los fieles, santificado y celebrado como verdadero «día del Señor», en el que la Iglesia se reúne para renovar el recuerdo de su misterio pascual con la escucha de la Palabra de Dios, la ofrenda del sacrificio del Señor, la santificación del día mediante la oración, las obras de caridad y la abstención del trabajo». Cf. S. Congr. para los Obispos, Directorio Ecclesiae imago para el ministerio pastoral de los obispos, 86a: Ench. Vat. 4, 2069.

Esta preocupación es del obispo y de todos. Me gustaría que los pastores que han estrenado comunidad no se conformaran sobre todo con los jóvenes que asisten a la misma. Están en tiempo de reaccionar de manera creativa y esperanzada. Soñar con una Iglesia desvinculada de la Eucaristía dominical es soñar con una Iglesia distinta de la de Jesús.

4. Evangelización audaz

«Los apóstoles daban testimonio de la Resurrección del Señor Jesús con mucho valor… Crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres que se adherían al Señor… Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por su Nombre». Hechos 4,33; 5,14 y 41.

El martirio de San Esteban narrado en el capítulo 7 del libro de los Hechos ya nos indica que la evangelización no era sólo cuestión de palabras. La predicación de la Buena Noticia conllevaba y conlleva la entrega de la vida con todas las consecuencias. Una pastoral de mantenimiento no garantiza el primer anuncio del Evangelio en nuestra diócesis, ni un encuentro de los nuevos alejados con el Evangelio. Basta que miremos nuestras familias. No tenemos conciencia de haber hecho las cosas mal y sin embargo la mayor parte de sus miembros, salvo excepciones, vive al margen de la fe cristiana. No se trata de buscar culpables, pero habrá que reconocer con humildad que tendremos que poner en adelante otros acentos y priorizar otras actitudes y acciones. Si seguimos sólo repitiendo la misma dinámica sin introducir otros elementos seguiremos recogiendo los mismos frutos. La comunidad de Hechos de los Apóstoles nos refresca algunos elementos fundamentales que no pueden faltar en nuestra Iglesia de Vitoria: anuncio explícito del Señor Jesús, pertenencia a la comunidad cristiana, afecto entrañable entre sus miembros a pesar de la fragilidad humana, centralidad de la Eucaristía y de los demás sacramentos, comunión con Pedro y los apóstoles, la enseñanza de los apóstoles, cauces de corresponsabilidad como el primer concilio de Jerusalén, opción por los pobres y predicación audaz del Evangelio hasta exponer la vida. Cada comunidad sabrá qué tiene que subrayar en este momento diocesano. Dar con ello es un camino de esperanza. Antes bastaba cuidar lo que habíamos recibido. Hoy, junto a eso, si no vivimos la fe sobre todo con los más jóvenes de forma creativa, profunda y sanamente eclesial «nos dedicaremos a gestionar la decadencia» en palabras recientes de un obispo de nuestro país. El servicio humilde en nuestras comunidades envejecidas debe ir acompañado de un impulso pastoral renovador de la mano de agentes de pastoral en red con delegaciones, iniciativas de zona y unidades pastorales. Si sólo seguimos haciendo y viviendo «lo mismo» no seguiremos «lo mismo» sino que desapareceremos. Sin ponernos nerviosos y sin ansiedad tenemos que ir oteando una renovación pastoral que a la vez suponga una vuelta al primer amor y a las raíces de la primera comunidad cristiana.

Antes, en la práctica habitual de la comunidad cristiana ya se transmitía la fe. Hoy se ha quebrado esa transmisión. La participación litúrgica de las comunidades en las celebraciones no asegura la transmisión de la fe así que todos estamos invitados a una vivencia más profunda y comprometida de la vida cristiana y a una creatividad contagiosa que transmita la fe por la alegría de la fraternidad y el gozo del propio corazón. Cuando uno ha hecho todo lo posible, lo que sucede es adorable. El bautizado que no se «acostumbra» a la fe, sino que la contagia con entusiasmo, independientemente de su carácter, edad y vocación, entra en contacto con lo más íntimo del corazón de sus hermanos como le ocurrió a María con Isabel (cf Lucas 1,39-56). La novedad de vida que supuso aquella comunidad de Jerusalén en su tiempo está llamada a repetirse hoy porque también esta Iglesia de Vitoria es obra del Espíritu. San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales —cf números 96/98— dice que no basta trabajar con el Señor, sino que hay ser y vivir como Él. Pasar de una pastoral de mantenimiento a una pastoral de evangelización supone pasar del «con Él» al «como Él» y esto implica cruz, crítica, persecución e incluso muerte. La pastoral de mantenimiento es inevitable y a veces la única y nadie la va a impedir, pero tampoco podemos impedir iniciativas de nueva evangelización, acciones de las delegaciones diocesanas contrastadas con otras diócesis, colaboración responsable en el mismo proyecto de sacerdotes, religiosos y laicos y la existencia de cualquier carisma en comunión con la Iglesia universal. Es vital la participación lo más numerosa y profunda posible en la elaboración del Plan Diocesano de Evangelización. Por parroquias, unidades pastorales, comunidades y arciprestazgos se está solicitando tu opinión. Siempre la página de la diócesis es garantía segura de poder participar. Consúltala: www.diocesisvitoria.org

Podrás comprobar que ya está en marcha su Portal de Transparencia con una información que nos vincula y anima como miembros de una misma diócesis. El Día de la Iglesia Diocesana es una llamada a la generosidad económica para el sostenimiento de la misma pero no se agota ahí el sentido de la Jornada. Un renovado seguimiento al Señor como miembros de esta Iglesia de Vitoria es el objetivo final. No estamos solos. «Somos una gran familia contigo».

Isur ezazu gure eskuetara zeure Espiritua, bidal ezazu sua gure bihotzetara. Bota zure arnasa sinesten dutenengan, ezbaian daudenengan, maite dutenengan, bakarrik daudenengan, zuzentasunaren alde jokatzen dutenengan, bakearen alde borrokatzen dutenengan, etorkizuna eraikitzen dutenengan. 

Un abrazo lleno de afecto y mi bendición
+ Juan Carlos Elizalde
Obispo de Vitoria

Vitoria-Gasteiz, 3 de noviembre de 2017

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