Evangelio comentado 21 mayo
Lee la Palabra de Dios y tómate un tiempo para meditarla. ¡Feliz lectura!
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Juan 16, 16-20
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver».
Comentaron entonces algunos discípulos:
«¿Qué significa eso de “dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver”, y eso de “me voy al Padre”?».
Y se preguntaban:
«¿Qué significa ese “poco”? No entendemos lo que dice».
Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo:
«¿Estáis discutiendo de eso que os he dicho: “Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver”? En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría».
Comentario por D. Carlos García Llata, Vicario General
Nos habremos preguntado, más de una vez, qué nos quiere decir Jesús con estas palabras que nos recuerdan a un acertijo. Al igual que los discípulos, también nosotros nos preguntamos qué significa eso de “dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver”.
Parece que Jesús relaciona estas palabras con su vuelta al Padre y con la consiguiente desazón de los discípulos, al experimentar la ausencia del Maestro: “vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre”… Si esto es así, también nosotros vivimos y sufrimos la soledad en la que nos ha dejado Jesús después de su vuelta al Padre. Nuestra fe es luz, pero una luz tenue que está rodeada de oscuridad. Nos lo recuerdan el sufrimiento y el desconcierto que la pandemia está sembrando en nosotros. Vivimos un momento en el que nos cuesta ver a Jesús. Toda nuestra vida se desarrolla sin su presencia física e inmediata. Pero hay etapas de la vida, como es ésta, en los que se sufre más esta ausencia. Y en estos momentos dudamos de la autenticidad de nuestra fe.
No podemos simplificar. La pena, la tristeza, el desconsuelo, el sufrimiento, la duda… no ponen al descubierto, sin más, la debilidad de nuestra fe. A veces identificamos la fe con la negación de la realidad. No podemos proclamar la resurrección de Jesús olvidando o negando los momentos difíciles o de confusión que tantas veces pasamos. En esas circunstancias aparece la esperanza, que es la determinación de no renunciar a la propia fe, precisamente cuando no podemos sacar consuelo de ella. Es decir, en estos momentos de “ausencia” de Jesús (de no verlo) queremos permanecer en la fe. En esto consiste precisamente la esperanza. Si no hubiera duda, ni incertidumbre, ni turbación, ni deseo de tener más fe…, no habría necesidad de esperanza.
Permanecer en la esperanza es experiencia de resurrección. Por esto un creyente, cuando llora, espera. Se mantiene cara a Dios, en diálogo con Él, aún en medio de sus miedos… Y esto ya es un acto de fe que sólo Dios hace posible. La esperanza es el Espíritu de Jesús que entra en nuestras personas cansadas, exhaustas, temerosas… ayudándonos a permanecer firmes delante de Dios. Desde esta perspectiva, la esperanza nos abre al futuro de Dios, al momento en que volveremos a ver a Jesús (“me volveréis a ver”). En nuestra situación de mayor vulnerabilidad llega el don de Dios prometido por Jesús: el Espíritu que habla al Padre a través de nuestros gemidos… Seguiremos atenazados por nuestros pensamientos críticos, por experiencias de desierto, por nuestros miedos más arraigados, por nuestra falta de recursos… Pero, en medio de tanto alboroto, la esperanza nos hará sentir la presencia delicada y sin ruido del Espíritu, dándonos la certeza de que Dios nunca nos abandona.