Evangelio del día: «Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 18,1-19,42». Jn18,1-19,42

Evangelio comentado 22 abril

Lee la Palabra de Dios y tómate un tiempo para meditarla. ¡Feliz lectura!

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-21

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

Comentario por Marcos Rad

Una buen amigo y probado maestro en las cosas del espíritu me dijo: “Amigo mío, una cosa es saber que hay Dios, y otra, muy diferente, es creer en Dios”. 

Me quedo callado; me llena de silencio pleno el texto divino que acabo de leer. Sobrecogido por las palabras “tan grandes” que en todo mi ser vibran armoniosamente: amor, fe, vida eterna, luz, mi Señor Jesucristo…. ¿Cómo entender con mi razón limitada tanta grandeza que Dios me regala a través de su Palabra? Son latidos divinos que me piden permiso para poseerme;  y mi Dios esperando con calma que yo me deje poseer por Él. ¡Qué paciencia y qué grande es mi Dios que sentencia con firmeza y sabe esperarme como buen padre al su hijo pródigo!

Mi vida ha sido forjada a través de muchos encuentros y muchas pequeñas o grandes decisiones que me han llevado, a su vez, a otros encuentros y a otros lugares. Y me di cuenta tarde que en todo lo que me acontecía siempre ha estado mi Dios. Nunca me abandonó, ni en las muy grandes tormentas de mi vida. Es más, en esas grandes tormentas sólo quedó Él acompañándome, sin juzgarme, dándome luz y paz en la oscuridad. ¿Cómo no creer en mi Dios si suficientes pruebas he tenido de su pacto con este pobre pecador? Ante tan grande fidelidad de mi Dios para conmigo sólo me queda decir con Ignacio de Loyola desde lo profundo de mi ser: ¿qué he hecho por Cristo, qué estoy haciendo ahora por Él, qué he de hacer por mi Señor? 

Sólo hace falta un “amén” certero que salga desde los tuétanos del alma y lanzarse en seguimiento e imitación de nuestro Señor por sus caminos. Sin seguridad humana ninguna; en la intemperie, sin considerar cosa o persona propia. Sólo buscando amar y servir a Dios en todas las cosas y a todas en Él. Y ello me da paz, me hace sentir salvo. Camino descansando mi mirada en mi Señor. 

Yo sí creo en la Luz que vino al mundo. Pero necesito que Dios riegue con su Espíritu mi recién aflorada fe. Por esa razón leo, y releo su Palabra siempre nueva, siempre viva. Ahí descubro el Camino, la Verdad y la Vida. Y me dejo conocer y yo le conozco; y le busqué y Él me encontró, llamé y me abrió. Y desde el momento que me quebré y sentí su milagro en mí, siempre está ahí mi Dios, y sobre todo, en las tormentas, como muchos están viviendo en estos días de confinamiento.  Y por ello no puedo más que decir (tomando palabras prestadas): tomad Señor, y recibid toda mi vida, la pongo en vuestras manos. Sólo “dadme vuestro amor y gracia que ésta me basta”. Amén.  

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