Evangelio del día: «Dios mandó su Hijo al mundo, para que el mundo se salve por él». Jn3,16-21

Homilía del Obispo de Vitoria por el Domingo de Ramos

Compartimos el texto íntegro de Mons. Juan Carlos Elizalde, Obispo de Vitoria, leído durante la Solemne Misa de Domingo de Ramos en la Catedral nueva de Vitoria.

 

HOMILIA DEL OBISPO DE VITORIA
MONSEÑOR JUAN CARLOS ELIZALDE
DOMINGO DE RAMOS 2025

Queridos diocesanos,

Esta Semana Santa es la del Año Jubilar de la Esperanza. Así lo decía el Cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio –hoy papa Francisco por cuya salud seguimos rezando– en el año 2000: “El Señor viene para anunciarnos un Año de Gracia, un Año Santo, un Año Jubilar. Si bien en sus raíces se refiere a un instrumento musical, Jubilatio es la palabra que usa la lengua latina para describir los «gritos de alegría de los campesinos», la alegría de los trabajadores humildes, de los pequeños. Jubilare es «alborotar y gritar de alegría como la gente sencilla y los pobres cuando cantan. Lanzar gritos de alabanza a Dios”.

Estrenamos la Semana Santa con el Domingo de Ramos en un mundo golpeado por guerras terribles. La humanidad, zarandeada por muchos conflictos armados, y viviendo una polarización enorme. La vida lucha contra la muerte. La Iglesia de Vitoria invita a vivir la Pascua, el paso de la muerte a la vida. Nos pilla a todos en verdadera necesidad.

Las palabras del Papa Francisco en la Vigilia Pascual de 2021 nos pueden dar la perspectiva para estos días: “El Señor resucitado se presenta como Aquel que, una vez más, los precede en Galilea; los precede, es decir, va delante de ellos. Los llama y los invita a seguirlo, sin cansarse nunca. El Resucitado les dice: “Volvamos a comenzar desde donde habíamos empezado. Empecemos de nuevo. Los quiero de nuevo conmigo, a pesar y más allá de todos los fracasos”. En esta Galilea experimentamos el asombro que produce el amor infinito del Señor, que traza senderos nuevos dentro de los caminos de nuestras derrotas. El Señor es así, traza senderos nuevos dentro de los caminos de nuestras derrotas. Él es así y nos invita a ir a Galilea para hacer lo mismo.” El deseo que no nos atrevemos ni a formular está al alcance de nuestras manos: “Siempre es posible volver a empezar, porque siempre existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en nosotros más allá de todos nuestros fracasos. Incluso de los escombros de nuestro corazón —cada uno de nosotros los sabe, conoce las ruinas de su propio corazón—, incluso de los escombros de nuestro corazón Dios puede construir una obra de arte, aun de los restos arruinados de nuestra humanidad Dios prepara una nueva historia. Él nos precede siempre: en la cruz del sufrimiento, de la desolación y de la muerte, así como en la gloria de una vida que resurge, de una historia que cambia, de una esperanza que renace.”

Hoy, en la homilía del Domingo de Ramos del mismo año, nos invitaba a pasar de la dinámica mundana “Sálvate a ti mismo, cuídate a ti mismo y piensa en ti mismo”, a la dinámica de Jesús, Salvador, que se ofrece a sí mismo. Por tanto nuestra mirada en los crucificados de la tierra, en los países en guerra, en las personas migrantes, refugiadas y esclavas de la trata.

“Una Iglesia marcada por la cruz desarrolla también una relación distintiva con el poder político: siguiendo a Cristo evita alinearse con los poderes mundanos y prioriza la fidelidad al Evangelio. La señal de la cruz, que expresa nuestra identificación con el Crucificado, marca un profundo contraste con las sociedades construidas sobre el miedo, el resentimiento y la autopreservación”, decimos los obispos de Pamplona-Tudela, Vitoria, San Sebastián y Bilbao en el número 96 de la  Carta de Cuaresma.

Ya el año 2020 nos anunciaba que en la Noche de Pascua “conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia, con una sonrisa pasajera. No. Es un don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos… La esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida… Él, que quitó la roca de la entrada de la tumba, puede remover las piedras que sellan el corazón. Por eso, no cedamos a la resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y ha venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte. Su luz iluminó la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más oscuros de la vida. Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la esperanza, no te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido”.

El mundo actual experimenta tensiones crecientes: polarización política, conflictos étnicos, desigualdades económicas, crisis migratorias y guerras que amenazan la paz mundial. Frente a estas realidades, la Iglesia quiere ser signo de que es posible construir puentes de entendimiento y superar las dinámicas del conflicto y la exclusión. No se trata de ignorar las diferencias reales, sino de aprender a gestionarlas desde el diálogo y el respeto mutuo.

“No se trata de juzgar a nadie, ni de situarnos por encima de otros. La arrogancia nunca ha sido una buena compañera del Evangelio. Pero tampoco podemos caer en una falsa humildad que nos lleve a esconder nuestra identidad cristiana. Como aquellos primeros cristianos que describe la Carta a Diogneto podemos vivir nuestra fe con una seguridad serena, sin estridencias, pero también sin complejos”. Carta 141.

Llegamos a la Semana Santa con muchas heridas, tensiones, fracasos y dolor porque son parte de la condición humana. Necesitamos experimentar la esperanza en nuestras familias y comunidades.

“Ánimo: es una palabra que, en el Evangelio, está siempre en labios de Jesús. Una sola vez la pronuncian otros, para decir a un necesitado: «Ánimo, levántate, que [Jesús] te llama» (Mc 10,49). Es Él, el Resucitado, el que nos levanta a nosotros que estamos necesitados. Si en el camino eres débil y frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te dice: «Ánimo”… Basta invitarlo: “Ven, Jesús, en medio de mis miedos, y dime también: Ánimo”. Contigo, Señor, seremos probados, pero no turbados. Y, a pesar de la tristeza que podamos albergar, sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz florece en resurrección, porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca robarnos el amor que nos tienes”.

“La Iglesia que viene no se construirá con proclamas grandilocuentes ni estrategias mediáticas, sino con el testimonio humilde y perseverante de hombres y mujeres concretos que viven una vida cristiana sencilla pero coherente y comunidades que reflejan con autenticidad el Evangelio. Como aquellos primeros cristianos que transformaron el mundo no por su poder o influencia, sino por su gran fe en la Palabra de Dios, también nosotros queremos, en una situación muy distinta, ser testigos de esa Palabra que sigue haciéndose carne en medio de nosotros”.

Eso es celebrar la Pascua, el paso de la muerte a la vida. Lo necesita cada corazón, cada familia y cada comunidad. Santa María, la Virgen Blanca, Nuestra Señora de Estíbaliz, San Prudencio y el Beato Pedro de Asúa intercedan por nosotros y por nuestra Diócesis.

+ Juan Carlos Elizalde
Obispo de Vitoria

 

En la Catedral de María Inmaculada, Madre de la Iglesia,
Vitoria Gasteiz, a 13 de abri de 2025, Domingo de Ramos

 

Puedes descargarte aquí la homilía en PDF.

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