Homilía del Obispo de Vitoria por la Misa Crismal

Compartimos el texto íntegro de Mons. Juan Carlos Elizalde, Obispo de Vitoria, leído durante la Misa Crismal del Miércoles Santo de 2025 en la Catedral de Santa María de Vitoria.
HOMILIA DEL OBISPO DE VITORIA,
MONS. JUAN CARLOS ELIZALDE
POR LA MISA CRISMAL 2025
UNGIDOS EN EL AÑO JUBILAR DE LA ESPERANZA
Somos un pueblo ungido con óleo de alegría. Ungidos en el Bautismo y en la Confirmación, laicos y familias, religiosos y religiosas, arropáis en este día a los sacerdotes que , ungidos también en la ordenación, renovamos nuestras promesas.
He disfrutado durante esta Cuaresma releyendo las homilías de la Misa Crismal del entonces Cardenal Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires, hoy Papa Francisco, por cuya salud ofrecemos con cariño esta Eucaristía.
Como comentario a la palabra de Dios de hoy entresaco cinco acentos que el Papa destacó de 1999 a 2013. Creo que nos puede ayudar como Diócesis y como presbiterio:
1.- Ungidos hasta los tuétanos.
“La unción, especialmente la unción con el aceite perfumado, es símbolo de gozo y de alegría. Se unge para distintas cosas: para curar, para consagrar, para enviar..., pero la característica de todas estas acciones es la del gozo, envolvente como el perfume, penetrante como el aceite, que se expande por la totalidad del cuerpo y no deja resquicio sin ungir.
Hoy, en la misa crismal, la misa de la unción, todos: obispos, sacerdotes, consagradas y consagrados, todo el pueblo fiel le pedimos al Padre que renueve en nuestros corazones la unción del Espíritu, que todos hemos recibido en el bautismo, la misma unción con que ungió a su Hijo amado -el predilecto- y que Él nos comunicó abundantemente con sus santas manos.
Ungir es un gesto que se hace con todo el ser, con las manos, con el corazón, con la palabra. Es un gesto de donación total, un gesto que quiere ser fecundo y vital. Un gesto de Padre.
Queridos sacerdotes: mi deseo y oración en esta Eucaristía es que, al renovar las promesas que hicimos el día de nuestra ordenación, nuestro Padre del Cielo nos renueve la gracia de tener estos gestos de unción, estos gestos sacerdotales y paternales.
Queremos ungir a nuestro pueblo en la esperanza. Esperanza puesta solo en Jesús, para sentir que son Sus manos las que lo libran y sanan, que son Sus labios los que le dicen la única verdad que consuela, que es Su corazón el que goza de habitar en medio de su pueblo y sentirlo carne de su carne.” 1999
“El Padre unge a su Hijo con una unción que lo hace un hombre «para» los demás. Lo unge para enviarlo a anunciar la buena noticia, lo unge para sanar, lo unge para liberar... Así como no hay nada en el Hijo que no provenga del Padre, tampoco hay nada en Él que no sea «para» nosotros. Jesús es ungido para ungir. Y nosotros, sacerdotes suyos, también somos ungidos para ungir.
Lo que quiero decir es que la unción recae sobre lo más íntimo de la persona y no tanto sobre «las cosas» en las que redunda por desbordamiento. La profundidad y eficacia de la unción del Señor no se mide por la cantidad de milagros que pueda realizar, ni por lo lejos que llegue en su misionar, ni tampoco por lo arduo de su padecer... La profundidad, que llega hasta la médula de sus huesos, y la eficacia que hace que todo Él sea salvación para el que se le acerca, radica en la unión íntima y en la identificación total con el Padre que lo envió. Es precisamente la unción con que Jesús vive su unión con el Padre lo que hace que todo gesto suyo sea de cumplimiento. La unción es la que transforma su tiempo en kairós, en tiempo de gracia permanente.
Somos sacerdotes en lo más íntimo, sagrado y misterioso de nuestro corazón, allí mismo donde somos hijos por el Bautismo y morada de la Trinidad. Nuestro esfuerzo moral consiste en ungir, con esa unción profundísima, nuestros gestos cotidianos y más externos, de manera que toda nuestra vida se convierta, por nuestra colaboración, en lo que ya somos por gracia.
Ungidos para ungir, es decir para incorporar a esta unión con el Padre y el Hijo en un mismo Espíritu a toda persona. Que la unción sacerdotal nos vaya convirtiendo en Pan mientras ungimos el pan cotidiano al consagrarlo en cada Eucaristía y al compartirlo solidariamente con nuestros hermanos. Que la unción sacerdotal nos vaya convirtiendo en hombres llenos de ternura, mientras ungimos con bálsamo el dolor de los enfermos.” 2002
“«Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras» (Sal 133,2). La imagen del óleo que se derrama -que desciende-por la barba de Aarón y baja hasta la orla de sus vestidos sagrados es imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado en las vestiduras.
La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo. También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel. Es decir: el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo fiel y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires.
El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco (no digo «nada» porque nuestra gente nos roba la unción, gracias a Dios), se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador se va convirtiendo, poco a poco, en intermediario, en gestor.
Es verdad que la así llamada «crisis de identidad sacerdotal» nos amenaza a todos y viene montada sobre una crisis de civilización; pero que si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes.
Que el Padre renueve en nosotros el Espíritu de santidad con que fuimos ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de manera tal que la unción llegue a las periferias, allí donde nuestro pueblo fiel más lo necesita y valora.” 2013
Nos sobra unción para ungir. Nada de desaliento. La fuente de la unción está en nuestro corazón. ¡Vivamos desde la unción en este año jubilar de la esperanza!
2.- Ungidos por su bondad en medio de su pueblo.
“En esta misa del Jueves Santo a la que año tras año nos convoca la Iglesia con este pasaje inaugural del evangelio según san Lucas: «Vino a Nazaret, donde se había criado, y, según su costumbre, entró en la sinagoga en día sábado y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías..», quiero detenerme unos instantes a contemplar, junto con ustedes, queridos hermanos en el sacerdocio, la misma escena: esa escena tan bien descrita nos pinta a Jesús en la sinagoga de su pueblo, como si dijéramos Jesús en la Iglesia del barrio, en nuestra parroquia. Nos hará bien meternos en la escena imaginando aquella capillita de Nazaret y también, por qué no, imaginando cada uno a Jesús en su parroquia, en su iglesia.
Esta es la imagen que hoy quiero poner de relieve: la de Jesús en medio del pueblo fiel de Dios, la de Jesús sacerdote y buen pastor en medio de la Iglesia universal y local. Porque en esta imagen está la fuerza de nuestra identidad sacerdotal. El Señor quiere seguir estando, a través de nosotros, sus sacerdotes, en medio de su pueblo fiel (del que formamos parte). Quiere necesitarnos para hacer la Eucaristía, para caminar en Iglesia.
Nos invita a ser sacerdotes que sientan Madre a la Iglesia. Sacerdotes que siguen enamorados de la Iglesia Santa e Inmaculada verdadera Esposa de Cristo, y no pierdan la mirada esperanzada del primer amor. Sacerdotes capaces de ver y sentir a la Iglesia católica como una y la misma, tanto en las grandes celebraciones como en lo escondido del confesionario.
Llama la atención que los que pasan de la alabanza al odio hasta el punto de querer despeñar al Señor, comienzan preguntándose: «¿No es este el hijo de José?». La costumbre de conocer a Jesús y a su familia los alejó del Dios hecho carne. Y, en cambio, a Jesús, las costumbres de su pueblo no lo alejan ni del Padre ni de sus hermanos... todo lo contrario.” 2001
“En la consagración del Crisma pediremos a Dios Padre Todopoderoso que se digne bendecir y santificar el ungüento -mezcla de aceite y perfume- para que aquellos cuyos cuerpos van a ser ungidos con él «sientan interiormente la unción de la bondad divina».
La unción de la bondad divina... Cuando somos ungidos, en el Bautismo, en la Confirmación y en el Sacerdocio, lo que el Espíritu nos hace sentir y gustar en nuestra propia carne es la caricia de la bondad del Padre rico en Misericordia y de Jesucristo su Hijo, nuestro Buen Pastor y amigo.
Al ser ungidos por esta bondad, nos convertimos en ungidores. Somos ungidos para ungir. Ungidos para ungir al pueblo fiel de Dios. Ungidos para hacer sentir la bondad y la ternura de Dios a toda persona que viene a este mundo, a todos los hombres que ama el Señor... Ya que el Padre no quiere que se pierda -que se quede sin sentir su bondad- ni uno solo de sus pequeñitos.
Este bálsamo de la bondad divina no es para que lo enterremos, como el que enterró su denario, ni para que lo guardemos enfrascado. Los frascos que serán bendecidos son para distribuirlos en todas las iglesias, en todos los crismeros de cada uno de los curas para salir a tocar la carne vulnerable del pueblo fiel de Dios, que necesita el bálsamo de la bondad divina para continuar su duro peregrinar por esta vida. Roto el frasco del óleo perfumado, como roto quedó el frasco de perfume de nardo con que María ungió los pies de Jesús, el perfume de la bondad de Dios debe alcanzar con su caricia Y su fragancia a todo el pueblo de Dios (que se llene «toda la casa con el olor del perfume» como dice Juan), comenzando por los más pequeños y frágiles, que tanto lo anhelan, hasta alcanzar a todos. Somos ungidos para ungir con esta bondad a nuestra ciudad, de las mil maneras que lo necesita, que lo exige y que lo anhela.
El espacio físico de nuestra ciudad necesita ser ungido como se ungen las iglesias nuevas y los altares. Nuestra ciudad necesita ser ungida allí donde la bondad se vive naturalmente, en sus casas de familia, en sus escuelas, en los hospitales maternales, donde la vida nueva empieza y también en los que la vida sufre y termina. Necesita ser ungida para que esa bondad se consolide y se expanda en nuestra sociedad
Pero también y de manera especial, nuestra ciudad necesita ser ungida en los lugares donde se concentra el mal: la agresión y la violencia, el descontrol y la corrupción, la mentira y el robo.
Nuestra ciudad necesita ser ungida en todos sus habitantes.
¿Cuál es la señal de que no se ha acabado el aceite, de que no se ha secado la unción que recibimos? El óleo con que fue ungido Jesús es óleo de alegría. La señal de que nuestro corazón reboza de aceite perfumado es la alegría espiritual. La alegría mansa que se experimenta después de haberse desgastado con bondad y no por imagen (autocomplacencia) o por deber (el eficientismo del dios gestión). Esa alegría mezclada con el cansancio del Cristo de la paciencia, del Cristo bueno, que se compadece de sus ovejitas que andan sin pastor y se queda enseñándoles largo rato.
La bondad cansa pero no agota, cansa porque es trabajadora y requiere repetición de gestos personales, esos que pide con insistencia nuestro pueblo fiel.”2009
“Este Espíritu imprimió carácter en nuestro espíritu cuando el obispo nos impuso las manos y rezó pidiendo: «Renueva en sus corazones el Espíritu de Santidad».
No se agota el Agua viva de la fuente a la que acudimos por agua, no se apaga el fuego de su Amor ni se extingue el soplo de sus inspiraciones que iluminan la mente y ponen en movimiento evangélico nuestros pies y nuestras manos.
La paciencia, la dulzura, la mansedumbre y el aguante sacerdotal se alimentan del Espíritu y de su Unción. Ungimos cuando nos dejamos ungir por el Espíritu de Cristo manso y humilde de corazón, cuando nos sumergimos en Él y dejamos impregnar nuestras heridas pastorales, las que cansaron nuestras mentes y estresaron nuestros nervios.
La señal de ser conductores conducidos es el crecimiento en la mansedumbre sacerdotal. La unción comporta la apropiación mansa que el Espíritu va haciendo de todo nuestro ser para ungir a los demás.” 2010
“La unción permanece en nosotros, nos imprime carácter; se trata de que nosotros permanezcamos en ella: «Ya que esa unción los instruye en todo y ella es verdadera y no miente, permanezcan en Él, como ella les enseña». Permanecer en la unción..., que nos enseña interiormente cómo permanecer en la amistad con Jesús.
La unción del Espíritu permaneció sobre el Señor que «pasó haciendo el bien», derramando la misericordia del Padre sobre todos los que lo necesitaban en cada ocasión, hasta consumar su Pascua y el éxodo de sí en la apertura total de su corazón traspasado en la cruz.
La permanencia en la unción se define en el caminar y en el hacer. Un hacer que no solo son hechos sino un estilo que busca y desea poder participar del estilo de Jesús. El «hacerse todo a todos para ganar a algunos para Cristo» va por este lado.
El Ungido a quien seguimos no se impone con arranques prepotentes ni maltrato a los fieles. El que es la Palabra unge penetrando mansamente en el interior del que tiene buena voluntad y blindando el corazón para que ninguna palabra pueda ser mal usada por el enemigo.
Hoy día, quizá más que nunca, necesitamos esta gracia de la unción de la Palabra. Necesitamos escuchar palabras ungidas que nos permitan interiorizar la verdad de manera tal que no tengamos temor a perder libertad por obedecer palabras del Señor o de la Iglesia: la palabra ungida nos enseña desde adentro.” 2012
El Señor ha introducido dentro de nosotros la fuente de su bondad. ¡A derrocharla en este año jubilar de la esperanza!
3.- Ungidos con óleo de alegría.
“El marco y el centro de esta liturgia crismal es el Júbilo. El Señor viene para anunciarnos un Año de Gracia, un Año Santo, un Año Jubilar. Si bien en sus raíces se refiere a un instrumento musical, Jubilatio es la palabra que usa la lengua latina para describir los «gritos de alegría de los campesinos», la alegría de los trabajadores humildes, de los pequeños. Jubilare es «alborotar y gritar de alegría como la gente sencilla y los pobres cuando cantan.
Lanzar gritos de alabanza a Dios»..
En las categorías del Evangelio podemos afirmar sin temor que un corazón sacerdotal fuerte es el que es capaz de saltar de júbilo al contemplar, por ejemplo, cómo sus catequistas dan clase a los más pequeños o sus jóvenes salen de noche a atender a quienes no tienen hogar. Un corazón sacerdotal es fuerte si conserva la capacidad de saltar de alegría ante el hijo pródigo que vuelve, a quien estuvo esperando pacientemente en el confesionario. Un corazón sacerdotal es fuerte si es capaz de dejar que se le vaya encendiendo la alegría con la palabra del Jesús escondido que se nos hace compañero de camino, como les pasó a los de Emaús. No nos olvidemos: la alegría del Señor es nuestra fortaleza y nos protege contra todo espíritu de queja que es señal de falta de esperanza, y contra toda impaciencia, más propia de funcionarios que de corazones sacerdotales.” 2000
“Nosotros, como sacerdotes, participamos de la misma misión que el Padre encomendó a su Hijo y por eso, en cada misa crismal, venimos a renovar la misión, a reavivar en nuestros corazones la gracia del Espíritu de Santidad que nuestra Madre la Iglesia nos comunicó por la imposición de las manos.
La alegría y la consolación son el fruto (y por lo tanto, el signo evangélico) de que la verdad y la caridad no son verso sino que están presentes y operativas en nuestro corazón de pastores y en el corazón del pueblo al que somos enviados. Cuando hay alegría en el corazón del Pastor es señal de que sus movimientos provienen del Espíritu. Cuando hay alegría en el pueblo es señal de que lo que le llegó -como don y como anuncio- fue del Espíritu. Porque el Espíritu que nos envía es Espíritu de consolación, no de acedia.
«Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír», está invitando a la alegría y a la consolación del hoy de Dios.
Pero la consolación no es una emoción pasajera sino una opción de vida.
Cuando digo que la consolación es una opción de vida, hay que entender bien que es una opción de pobres y de pequeños, no de vanidosos ni de agrandados. Opción del pastor que se confía en el Señor y sale a anunciar el Evangelio sin bastones ni sandalias de más y que sigue a la paz -esa forma estable y constante de la alegría- dondequiera que el Señor la haga descender.
Este Espíritu de consolación no solo está en el «antes de salir a misionar». También nos espera, con su alegría abundante, en medio de la misión, en el corazón del pueblo de Dios. Y si sabemos mirar bien, en el ámbito de la alegría, es más lo que tenemos para recibir que lo que tenemos para dar.” 2011
¡Ungidos con óleo de alegría, a compartirla en medio de su pueblo! ¡Es el año jubilar de la esperanza!
4.- Ungidos para la misión.
“Lucas nos dice que Jesús «encontró» el pasaje del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado...». El Señor no tiene ojos sino para la misión. El Señor «pesca» en la Escritura como en la vida. Así como encuentra el pasaje justo en la Biblia, también en la vida cotidiana su mirada encuentra siempre al vulnerable, sus oídos escuchan la voz del que lo llama..., su celo apostólico llega hasta sentir con los flecos de su manto la necesidad del pueblo al que fue enviado. Este fervor misionero de Jesús siempre nos consuela y nos moviliza en toda nuestra tarea pastoral. Año tras año, los que hemos sido ungidos, sellados y enviados volvemos a esta misma escena para renovar esa unción que nos hace conscientes de las fragilidades de nuestro pueblo, nos impele a salir de nosotros mismos y nos envía a todas las periferias existenciales para sanar, para liberar y anunciar la Buena Nueva.
El Señor es el Mejor Pastor porque es el Mejor Discípulo: el que escucha siempre la palabra del Padre y sabe que el Padre lo escucha a él. De la certeza del agrado del Padre, Jesús saca las fuerzas para cumplir su misión hasta el extremo de la cruz.
El sello de la unción que interioriza la Palabra hace que el envío no sea a «hacer cosas», a «gestionar» el Reino, sino a darnos como personas y a compartir la vida de nuestros pueblos.
«El sacerdote no puede caer en la tentación de considerarse solamente un mero delegado o solo un representante de la comunidad, sino un don para ella por la unción del Espíritu y por su especial unión con Cristo cabeza» (DA 193).” 2008
“Por eso en este día, como sacerdotes, queremos poner en las manos sacerdotales del Señor, como una ofrenda santa, nuestra propia fragilidad, la fragilidad de nuestro pueblo, la fragilidad de la humanidad entera -sus desalientos, sus heridas, sus lutos- para que ofrecida por él se convierta en Eucaristía, el alimento que fortalece nuestra esperanza y vuelve activa en la fe nuestra caridad. Mediadores que ofrecen su propia fragilidad.
Sabemos que la unidad se cuida cuidando las mediaciones. Y la Esperanza es mediadora por excelencia cuando está atenta a los pequeños detalles en los que se da ese misterioso intercambio de fragilidad por misericordia. Cuando hay buenos mediadores, de esos que cuidan los detalles, no se rompe la unidad. Jesús cuidaba los detalles.” 2003
“Notemos, por ejemplo, lo que dice de los «oprimidos»; ¡no se trata de un simple liberar cautivos! El evangelio dice que el Señor viene «para enviarlos (aposteilai) en misión liberados de su esclavitud». De entre los mismos que antes eran cautivos el Señor elige a sus enviados.
Y la mayor audacia consiste precisamente en que se trata de una acción inclusiva, en la que asocia a Sí a los más pobres, a los oprimidos, a los ciegos..., a los pequeñitos del Padre. Asociarlos haciéndolos partícipes de la buena noticia, partícipes de su nueva visión de las cosas, partícipes de la misión de incluir a otros, una vez liberados. Podríamos decir, en nuestro lenguaje actual, que la mirada de Jesús no es para nada una visión «asistencialista» de la fragilidad. El Señor no viene a sanar a los ciegos para que puedan ver el espectáculo mediático de este mundo, sino para que vean las maravillas que Dios hace en medio de su pueblo. El Señor no viene a liberar a los oprimidos -por sus culpas y por las de las estructuras injustas- para que se sientan bien, sino para enviarlos en misión. El Señor no anuncia un año de gracia para que cada uno, sanado del mal, se tome un año sabático, sino para que, con Él en medio de nosotros, vivamos nuestra vida participando activamente en todo lo que hace a nuestra dignidad de hijos del Dios vivo. “2004
Todos tenemos misión, no hay nadie sin misión, ¡juntos para la misión en este año jubilar de la esperanza!
5.- Ungidos y rechazados.
“«Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Sabemos que la cosa siguió. Que fue una homilía muy participada, con exclamaciones de admiración de la gente y frases irónicas, como la del hijo del carpintero... Y también que Jesús provocó a sus paisanos con esas afirmaciones tan tajantes acerca de la mala aceptación de los profetas en su tierra y de los milagros que Dios no podía hacer en su pueblo por su falta de fe. Sabemos que los ánimos se caldearon hasta el punto que de querían despeñar a Jesús. Pero que en el clímax de la exasperación, el Señor pasó en medio de ellos y se fue a predicar a Cafarnaún.
El Señor: hace su anuncio y provoca que se desaten las cosas, solo que no deja que lo despeñen ahí mismo. Es la inauguración profética del año de gracia. Con sus palabras y gestos y con lo que permitió que hicieran y dijeran los demás, el Señor comienza dramáticamente la misión para la que fue ungido.
El hoy del Ungido interpela, destapa las ollas, desinstala de posturas tomadas. El Señor anuncia una buena noticia que libera y hace ver. Allí es donde unos se dejan ungir y misionar para ayudar a los demás y otros cierran los ojos y vuelven a su esclavitud, en la que se sienten más cómodos y seguros.
La palabra y los gestos del Señor liberan y abren los ojos de todos. Nadie queda indiferente. La palabra del Señor siempre hace optar. Y uno o se convierte y pide ayuda y más luz o se cierra y se adhiere con más fuerza a sus cadenas y tinieblas.
La misión que el Señor realiza no es una tarea externa -yo anuncio y después ustedes vean-; es una misión que a Él le implica el don total de sí y a los que lo reciben les implica recibirlo íntegramente. De allí la unción. La unción es un don total. Solo puede ungir el que tiene la unción y solo puede ser ungido el que se anonada y se despoja de sí para poder recibir este don total. Jesús, el Hijo amado, es el Ungido porque lo recibe todo del Padre. El Señor no tiene nada por sí mismo ni hace nada por sí mismo: en él todo es unción recibida y cumplimento de la misión. Así como lo recibe todo, lo da todo mediante el servicio y la entrega de su vida en la cruz. Para poder recibir un don tan total, necesitamos que el Señor nos enseñe a despojarnos de nosotros mismos, a abajarnos, a anonadarnos.
La unción sella una misión que necesita toda la persona, todos los días, para ir a todas partes a ungir a todos los hombres, con todo el corazón. Por eso la unción es verdaderamente católica, en sentido cuantitativo y cualitativo.
Esta homilía cortita del Señor fue un acto de amor. No una bravuconada. Desinstalar al otro para que se abra a la unción solo la palabra de amor lo logra. Si algunos sacaron a relucir su odio es porque ya lo tenían dentro. La palabra amorosa de Jesús lo puso de manifiesto y en vez de consolidarse en esa actitud bien podrían haberse arrepentido.
No saben qué hacer con él. Ni siquiera lo pueden apedrear. Jesús instaura el Reino mostrándose soberano. Así, desinstalado de todo -incluso de la buena opinión de sus paisanos- comienza a predicar y a hacer real el Reino.”2006
“Luego, enseguida, la contrarreacción del mal espíritu va más allá, y su desmesura manifiesta que no se trata de un simple rechazo al Maestro que tienen delante, sino rechazo al Espíritu que habita en el interior de cada uno de ellos y que un rato antes les había suscitado admiración y fe en su interior. Rechazan al Espíritu Santo dentro de sí mismos y dan lugar al propio o al mal espíritu.
Es que cuando nos dejamos ungir por la mirada de nuestro pueblo y nos ponemos a ungirlo con dedicación, revive la primera unción sacerdotal que hemos recibido por la imposición de las manos y participamos de la belleza de ese óleo de alegría con que fue ungido el Hijo predilecto: «Te ungió, ¡oh Dios!, tu Dios con óleo de alegría con preferencia a tus compañeros» (Hb 1,9).” 2007
“Oh, Dios, que por la unción del Espíritu Santo constituiste a tu Hijo Mesías y Señor, concede, propicio, a quienes hiciste partícipes de su consagración, ser testigos de la redención en el mundo.” Oración Colecta
“Concédenos, Dios todopoderoso, que quienes han participado en tus sacramentos, sean en el mundo buen olor de Cristo.” Oración de la Comunión
Se Él fue rechazado ¿qué esperamos? ¡la dicha de compartir su misma suerte en este año jubilar, para la vida del mundo!.
+Juan Carlos Elizalde
Obispo de Vitoria
En Vitoria-Gasteiz, a 16 de abril de 2025, Miércoles Santo