Evangelio del día: «Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida». Jn6,52-59

Homilía de S.E.R. Mons. Renzo Fratini, Nuncio Apostólico, en la Ordenación Episcopal de D. Juan Carlos Elizalde

Eminentísimos Señores Cardenales,
Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos,
Queridos sacerdotes concelebrantes,
Excelentísimas Autoridades,
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Me causa profunda emoción participar en esta solemne consagración del nuevo Obispo de Vitoria, Mons. Juan Carlos Elizalde. Un saludo afectuoso a cuantos le acompañáis y, especialmente, a S.E. Mons. Miguel Asurmendi Aramendía. En nombre del Santo Padre Francisco, reciba un sentido agradecimiento, por su esmerada entrega y dedicación. Han sido veinte años, bien cumplidos, en los que, atento al bien de la Iglesia, ha ofrecido a los fieles de esta Diócesis de Vitoria la imagen del Buen Pastor. Muchas gracias.

Querido D. Juan Carlos, su ordenación episcopal concurre en el presente Año de la Misericordia. Este evento, tan importante para la Iglesia, tiene una clara motivación pastoral, de largo alcance, en la voluntad del Santo Padre: “deseo – escribe en la Bula “Misericordiae Vultus”,  - que los años por venir estén impregnados de misericordia, para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios a todos” (MV nº 6).

La misericordia está en la entraña del Evangelio, “por medio” delcual,  - nos dice el Apóstol S. Pablo en la lectura tomada de su segunda carta a Timoteo - Cristo Jesús destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad”. De este “Evangelio”, por la imposición de manos trasmitida por los Santos Apóstoles al Colegio Episcopal, hoy eres constituido “heraldo y maestro”.

Decía el Papa Benedicto XVI comentando este término en la Sagrada Escritura: «Evangelio» quiere decir: Dios ha roto su silencio, Dios ha hablado, Dios existe. Este hecho, como tal, es salvación: Dios nos conoce, Dios nos ama, ha entrado en la historia. Jesús es su Palabra, el Dios con nosotros, el Dios que nos muestra que nos ama, que sufre con nosotros hasta la muerte y resucita. Este es el Evangelio mismo”.   (Intervención en la XIII Asamblea General Sínodo de Obispos. 8/10/12).

Pero, ¿Cómo podemos hacer llegar esta realidad al hombre de hoy, para que se convierta en salvación? San Pablo, en la segunda lectura que hemos escuchado, nos da la pauta: “toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios”. Y es que lo nuestro no es más que una cooperación con convencimiento de que la iniciativa no es nuestra, viene de Dios. Sólo si entramos en esta iniciativa divina, podremos también nosotros llegar a ser —con Él y en Él— evangelizadores.Homilía Mons. Renzo Fratini

Referente a esa cooperación son necesarias tres actitudes: la fe, el espíritu de servicio y la compasión.

  1. El Obispo es un hombre de fe que se ha fiado de Dios. Es una expresión paulina. La hemos escuchado en la segunda lectura: Sé de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para velar por mi Depósito hasta  aquel día”. La seguridad de la fe, se transforma en abandono en Dios, en confianza inquebrantable que sostiene nuestra fidelidad: Él es nuestra fuerza. Un Obispo será fiel a su misión si logra dimensionar la propia fe con una profunda vida espiritual. Esto surge de inmediato ante la conciencia de haber sido elegido por el Señor. La elección, ya es un acto de confianza hacia ti por parte del mismo Señor. Él te ha elegido para que a través de tu entrega, custodies, protejas y conduzcas a sus fieles. Apoyados pues en esta actuación, que no parte de nosotros, conseguimos superar con paz las pruebas en el ejercicio del ministerio recibido, profundizando sin cesar en una filial confianza en Dios Padre y amistad con Jesucristo, único Buen Pastor. Unidos a Cristo podemos mantenernos fieles. La fidelidad es una gracia que nos viene de lo alto, pero requiere nuestro empeño para no perder la memoria, para no olvidarse del Señor, para vencer en las pruebas y tentaciones.
  2. El  obispo es un hombre de servicio. Vive su ministerio dando ejemplo de que “el cristiano está llamado al servicio, y no a servirse de los otros” (Francisco, Meditaciones 6/11/15). Nuestro Señor Jesucristo ha dicho: “Yo no he venido a ser servido, he venido a servir”. Un servicio generoso a la verdad de Cristo. Es el primer deber. Así hemos escuchado como el Apóstol San Pablo amonesta a Timoteo: “Vela por el precioso Depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros”.
    Ese servicio se vive en humildad, con constante fidelidad a Cristo, mirando exclusivamente por sus intereses divinos, no los nuestros. Esta principal tarea episcopal se desarrolla, como maestro de la Palabra divina, en la transmisión de la fe. Es nuestra misión orientar a los hombres de hoy “iluminando con la luz y la fuerza del evangelio las nuevas cuestiones que los cambios de las situaciones históricas presentan de continuo” (Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos, Introducción) sin modificar el evangelio, sino haciendo que éste plasme la vida practica de los fieles, educando en la fe para hacer de ellos testigos de Cristo.
    El servicio a la fe de la Iglesia, reclama la unidad entre todos los actores de la obra de la evangelización. Un servicio en la unidad que significa el “sentire cum Ecclesia”, porque la Revelación no es de uno, no es un asunto privado, no es para uno en particular. La Revelación está depositada en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y su destino es la misma Iglesia en la comunión de todos los creyentes en Jesucristo, Hijo de Dios vivo.
  3. Por último. El Obispo es hombre de corazón compasivo. Según la Tradición venerable, el corazón del Obispo tiene que estar abierto a todos. Tiene que amar particularmente a los pobres, a los débiles, a los que padecen necesidad. El modo personal y concreto de desempeñar este oficio de amor lo indica sabiamente S. Ignacio de Antioquía cuando aconsejaba a S. Policarpo Obispo de Esmirna: “Preocúpate de la unión. Llévalos a todos sobre ti, como a ti te lleva el Señor… se en todas las cosas prudente y sencillo…   (Carta a Policarpo, I,2, II,2-3) Y el Papa, en la reciente celebración de la Cátedra de San Pedro nos decía: “A los pastores, sobre todo, se les pide tener como modelo a Dios mismo que cuida de su rebaño... es bueno para nosotros, llamados a ser pastores de la Iglesia, dejar que el rostro de Dios el Buen Pastor nos ilumine, nos purifique, nos transforme y nos restituya totalmente renovados a nuestra misión” (Homilía, 22/2/2016).

En una diócesis se requiere la comunión entre los sacerdotes y su obispo, entre los laicos y los pastores de la Iglesia, entre los hermanos obispos y el Santo Padre. El servicio pastoral del obispo consiste en ser guía, en ir por delante caminando e indicando al mismo tiempo la dirección. Implica escuchar, estar en medio de la gente. El obispo debe ser, para con todos, un hombre compasivo. Mandar siempre con benevolencia. Corregir con delicadeza y comprensión. El Papa Francisco nos exhorta “la Iglesia condena el pecado porque debe decir la verdad… Pero al mismo tiempo abraza al pecador que se reconoce como tal, se acerca a él, le habla de la misericordia infinita de Dios” (El nombre de Dios es Misericordia, Barcelona 2016, 64). Insistiendo en esta actitud, el Santo Padre nos recuerda con mucha frecuencia a todos los pastores, una expresión nueva y muy positiva que él ha introducido. Lo que llama la “Iglesia emergente”. Esto es, “una estrutura móvil, de primeros auxilios, de emergencia... que sale al encuentro de los muchos “heridos” que necesitan atención, comprensión, perdón y amor” (Ibíd. 66-67).

Que correspondas con toda confianza siempre fiel al Señor, fiel a tu ministerio como servicio al pueblo de Dios, al servicio de los más pobres, como hombre animado de la compasión.  Que cada uno pueda experimentar el cuidado amoroso del Buen Pastor a través de tu trato cercano.

El Papa Francisco, cuyo tercer aniversario de la elección al Sumo Pontificado se cumple precisamente mañana, es para nosotros referente y claro ejemplo de esta actitud que proclama Cristo, Buen Pastor. Al recordar esta efeméride, elevemos al Señor nuestra oración por el Sucesor de Pedro, para que le asista y, con su divina protección, cumpla la misión que le ha confiado de confirmar a la Iglesia en la unidad y en la caridad.

Querido Mons. Juan Carlos, le felicito muy cordialmente. Todos los presentes le aseguramos también nuestra oración confiando sus trabajos y su propia persona bajo la protección de la Madre del Buen Pastor, Madre de Misericordia. A Ella, en cuya mirada “redescubrimos la alegría de la ternura de Dios”, le pedimos que le acompañe para que le enseñe a amar, a tener compasión de las necesidades morales y físicas, a ser ministro del perdón de su Hijo. Que María, la Virgen Blanca patrona de Vitoria, le sostenga en la entrega al servicio del pueblo cristiano que camina hacia Cristo, nuestra pascua y nuestra paz definitiva, como se significa en este santo tiempo cuaresmal.

Amén.

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