La responsabilidad como familias cristianas en el campo afectivo-sexual de nuestras hijas e hijos
Nunca como ahora se percibe la urgencia de una verdadera educación afectiva y sexual. Toda la sociedad comparte el deseo de prevenir los embarazos inesperados y las infecciones de transmisión sexual, pero es mucho más lo que está en juego. Si como padre o madre pudiésemos ver cumplido un anhelo al contemplar a nuestros hijos e hijas, ¿qué pediríamos? Seguramente, que sea feliz, que sean queridos, respetados y tratados con la dignidad que merecen.
Y en realidad, ¿qué se está haciendo? Mi experiencia, impartiendo talleres de educación afectivo-sexual, durante varios años en diversos colegios me ha permitido constatar dos hechos que me parecen preocupantes:
- el elevadísimo porcentaje del alumnado que no habla de este tema en sus familias
- el enfoque reduccionista de lo que se da en los colegios, también en muchos de los colegios de ideario cristiano: “cómo hacerlo”, “cómo prevenir embarazos”, “como poner el preservativo”… sin entrar en la dimensión humana, antropológica. Sin llegar a la verdadera raíz.
La educación afectiva y sexual es mucho más que prevenir situaciones de dificultad. Es aprender a establecer relaciones sinceras, a mostrarse como es, sin fachadas, a compartir pensamientos y sentimientos, a respetar y valorar a quien es diferente de mí; es aprender a entender el valor infinito del cuerpo como lugar en el que la persona expresa el misterio inabarcable de su interioridad, el valor infinito del beso y la caricia, de las relaciones sexuales, que nos hablan del deseo de amar y ser amadas, de la entrega de la persona, de vivir y transmitir la vida.
Las personas llegamos a la existencia a través de otras, nacemos necesitadas, por eso nuestra primera realidad es ser hijas e hijos. Las familias estamos llamadas a ser transmisoras de un amor incondicional, donde nuestros niños y niñas descubran el valor único, infinito e irrepetible de su existencia; es decir: se sepan amados. Esa es la base imprescindible para que puedan desarrollar su capacidad de amar. Y con esa mirada, a padres y madres nos corresponde, a la vez, el papel de educadores/as, de ponerles delante la verdad, que muchas veces es exigente.
Por eso educar la afectividad y la sexualidad es una tarea fundamental, porque es acompañar el deseo más grande del corazón humano que es el deseo de ser feliz, que coincide con el deseo de querer y ser querido.
Esta educación es necesaria y válida para creyentes y no creyentes, porque responde a las exigencias más profundas de toda persona y hay que realizarla desde una «antropología adecuada» en palabras de San Juan Pablo II. Lo humano y lo cristiano coinciden. Eso no es óbice para que, en el caso de las familias cristianas, como padres y madres creyentes, podamos apoyar, respaldar y profundizar con la dimensión espiritual la riqueza de una afectividad y sexualidad humanamente vividas en plenitud.
En efecto, el ser humano no es fruto del azar o del error, sino pensado, querido y creado por amor, a imagen y semejanza de Dios. Somos capaces de amar gracias a nuestra interioridad y a nuestro cuerpo. Esta visión de la educación afectivo-sexual no reduce la sexualidad a meros comportamientos, ni la juventud a potencial víctima de sus “impulsos sexuales”, sino que se les mira como lo que son, personas únicas e irrepetibles tratando de ayudarles a situarse en el mundo como hombres o mujeres necesitados de amar y ser amados.
- Estamos llamados a formarnos, para poder abordar la educación afectivo-sexual desde una perspectiva positiva e integradora.
- Es importante hablar con hijos e hijas, abrir cauces de diálogo y fomentar que la afectividad y la sexualidad sean educadas en el ámbito de la familia, recibiendo del colegio y la parroquia una ayuda subsidiaria.
- Deberíamos también conocer qué formación se les está dando en el Colegio y tratar de que sea coherente con las propias convicciones, sabiendo que no hay una formación afectivo-sexual neutra.
Nada ni nadie puede sustituir a las familias en esta bella y necesaria tarea.
Rocío Cabrera Muro
Educadora Proyecto Aprendamos a Amar
Vitoria - Gasteiz