«Hay un amor que acompaña siempre»
- Tribuna de opinión firmada por la Hna. Lourdes María, carmelita descalza en el monasterio Carmelo de San José (Vitoria-Gasteiz), perteneniente a la Comunidad del País Vasco de la Federación de San Joaquín de Navarra.
A tan solo un día del recuerdo de la fundación de Fuenterrabía (7 de septiembre 1945) nuestra casa madre, parte al cielo la última hermana que formó parte de los primeros tiempos fundacionales. Es muy difícil recoger en unas breves pinceladas lo que ha sido una vida tan prolongada y fructífera como la de nuestra hermana María de Cristo. La vida de cada persona es un misterio, por eso nos asomamos a ella con respeto.
Podemos decir que hubo siempre una convicción profunda que acompañó la larga vida de nuestra querida hermana. Vivió siempre contenta y agradecida a ese amor que acompañó toda su vida. El amor fue el alimento que sostuvo su día a día y que se fue materializando de diversas formas a lo largo de las diferentes etapas de su prolongada vida.
Ella misma lo dice en sus escritos: “lo esencial para mí es el Amor de Dios manifestado en Cristo que dirige, transforma y llena toda la tierra”.
Nació en Madrid en los lejanos años veinte en una familia acomodada que le ofreció la oportunidad de viajar y estudiar en aquella época en la que las mujeres no accedían a los estudios superiores. Fue hija única muy querida por sus padres María y Francisco. Era una niña alegre, comunicativa y Dios le regaló un corazón blando y compasivo, no podía ver sufrir a su alrededor. Tenía una inteligencia muy despierta y una memoria privilegiada hasta sus últimos años de vida.
Hubo un acontecimiento que marcó su vida por completo. A los 11 años se quedó huérfana de madre. Su vida infantil cambió y, por expreso deseo de su madre, se fue a vivir a casa de una hermana de su padre, la tía Ángela y su familia, en la que se sintió muy querida por sus tíos y primos. Su padre, que trabajaba fuera de Madrid, estaba pendiente de ella y de todas sus cosas.
Otro acontecimiento que marcó su juventud fue la experiencia de la guerra civil. Conoció sus consecuencias muy de cerca, y por su bien la trasladaron a la casa de la familia de su madre en Villarrobledo (Albacete). Lo que puede parecer un nuevo desgarrón supuso para ella una nueva riqueza: nuevos encuentros familiares entrañables, en un ambiente más religioso del que conocía en Madrid.
Al volver a Madrid se encontró con la enorme sorpresa de que su padre se había casado y, tanto él como su nueva esposa, Victorina, querían que viviese con ellos en Toledo. Esta nueva situación –y cambio de ciudad– fue costosa para ella, aunque luego siempre daba gracias a Dios porque a través de las circunstancias de la vida el Señor la iba preparando para el encuentro con Él, precisamente en Toledo. Allí comenzó una nueva etapa, una nueva vida. Reanudó sus estudios y empezó a relacionarse con gente más afín a temas religiosos.
En unos Ejercicios Espirituales –en aquella época de su estancia en Toledo– se sintió tan tocada por dentro que fue para ella una verdadera conversión que se materializó poco a poco, y no sin lucha y discernimiento, en el deseo de consagrarse a Dios por completo. Entre tanto, volvió de nuevo a Madrid con su padre –y su esposa–, donde terminó su carrera de Magisterio que no llegó a ejercer por motivo de su entrada al convento.
A través de una amiga de Toledo que ingresó en el Carmelo de Fuenterrabía, pidió ser admitida allí. En el Carmelo, desde el primer momento se sintió feliz, en su sitio. Eran los primeros años de la nueva Fundación de Carmelitas Descalzas en Fuenterrabía, con un numeroso noviciado en un estilo de Carmelo que se adelantó al Concilio. Recién profesa, formó parte de la comunidad de la nueva fundación de Carmelitas Descalzas de Albacete, donde hizo su profesión solemne en 1951.
En Albacete se le notifica que será la priora de la nueva comunidad de Carmelitas Descalzas que se iba a fundar en Vitoria; y por ello, se unirá al grupo de hermanas procedentes de la comunidad de Fuenterrabía, que iban a formar parte de la nueva comunidad de carmelitas de Vitoria.
El 24 de octubre de 1952, comenzó a caminar la nueva comunidad de Carmelitas Descalzas de Vitoria, gracias a la donación de los terrenos y la casa familiar de unas señoritas solteras, las hermanas Arrieta, que decidieron donar toda su herencia para la fundación de Carmelitas Descalzas, estando ella al frente como priora.
En la primera época vivieron en la casita que les habían cedido dichas señoritas Arrieta, hasta que el 31 de julio de 1954 se puso la primera piedra del convento que se construyó en la huerta de la propiedad que se les había cedido. Allí vivieron 16 años.
Una de sus ideas, desde el principio de su servicio como priora, fue lo que dice nuestra Regla sobre la elección del prior: “tendréis a uno de vosotros por prior”; es decir, ser una hermana entre hermanas, sin más privilegio que cumplir sencillamente con el oficio encomendado por la comunidad. Esa fue siempre una característica muy notable en su estilo de gobernar. Su autoridad se fundamentaba en su buen hacer, su inteligencia y en la confianza y el amor que le tenían las hermanas.
Otra nota destacada desde un principio fue una idea muy clara sobre la importancia de la formación en el desarrollo y la vida de nuestra vocación carmelitana. De talante abierto y dinámico, María de Cristo buscó sacerdotes tanto de la Orden como fuera de ella para impartir retiros y cursos a las monjas que les ayudasen en su vida espiritual. En aquella época, la Diócesis con su Seminario era un potencial de vida y formación y ella supo aprovecharlo eligiendo confesores y profesores letrados –como diría nuestra santa madre– para la comunidad.
La celebración del Concilio confirmó su estilo de amor a la Iglesia y acogida a los signos de los tiempos. Fue una llamada para ella y para la comunidad acoger los nuevos enfoques litúrgicos y doctrinales del Concilio. Puso todo su empeño en la renovación carismática y religiosa que pedía el Concilio a las comunidades religiosas.
Otro hecho que dejará una huella profunda en su vida religiosa –y en la de la comunidad– fue dar respuesta a la petición de un refuerzo de hermanas de su comunidad para apoyar y potenciar la comunidad de Nazarenas Carmelitas Descalzas de Lima. Ahí se puso en juego su generosidad, su amplitud de miras, su capacidad de gestionar las nuevas situaciones.
Los años iban pasando, la comunidad tuvo que volver a cambiar de lugar debido al plan urbanístico que les afectó de lleno. El 15 de octubre de 1971 se inauguró el nuevo convento junto al Seminario Diocesano.
El trato y la cercanía con los sacerdotes diocesanos se convirtió en una referencia personal. El sacerdocio de Cristo fue para ella todo un estilo de espiritualidad en el que profundizó en sus años maduros. La Eucaristía era el centro de su ser carmelita. Desde ahí, María de Cristo cuidó en lo que pudo todo el tema de la liturgia, siendo como fue por muchos años la organista de la comunidad.
Deseamos destacar también su papel y apoyo en la constitución de la Federación de Carmelitas Descalzas de San Joaquín de Navarra, en la que formó parte del primer Consejo, junto a su primera presidenta, Teresa de la Cruz, priora de la entonces comunidad de Echavacoiz.
Como se puede ir viendo, su larga vida fue fructífera. Estuvo al frente de nuestra comunidad muchos años, con intervalos en los que otras hermanas también gobernaron el monasterio. Su talante era sereno, acogedor, no se desanimaba fácilmente. Su prioridad eran las hermanas. Tenía una sonrisa fácil, fruto de su vida interior positiva, abierta a Dios. Era una gran conocedora de las obras de nuestros Santos, leía asiduamente a Santa Teresita y a nuestro Santo Padre San Juan de la Cruz del que recitaba sus poesías y dichos con facilidad. Tenía una gran capacidad de escucha y empatía. Era cercana y cariñosa con todos sin diferencias. Supo mantener los vínculos familiares, aunque ella no tenía familia directa.
Cuando terminaron sus responsabilidades en la comunidad, se entregó de lleno a la vida espiritual, pasaba horas y horas retirada en su habitación con un plan de vida muy ordenado donde la oración, el estudio y la escritura de las crónicas de la comunidad y otros trabajos que se le encomendaban era su trabajo diario. Se la veía siempre contenta, feliz.
Llegó a los 100 años con buena calidad de vida, y manteniendo su privilegiada memoria. Le hicimos mucha fiesta por sus 100 años. Disfrutó y se alegró. Seguía siendo el “archivo histórico de la comunidad” pero, a partir de ahí, año que pasaba año que se le acentuaba más y más su fragilidad y deterioro. En junio del presente año, cogió un sencillo catarro que para ella fue toda una enfermedad, logró superarlo pero le dejó sus secuelas. En agosto, hubo que ingresarla en el hospital. Volvió a casa... pero día a día se la veía peor, se iba apagando como una velita… Entregó su alma al Señor de la mano de María, Madre de misericordia, el 8 septiembre, mientras todas hermanas le cantábamos la Salve.
Nuestro agradecimiento a su familia, que tan cercanos y cariñosos han sido con ella, y a todos nuestros amigos y conocidos que nos han acompañado en este momento.
Hermana Lourdes María, en homenaje y memoria agradecida a Pilar Nieves Atienza, nuestra añorada Hermana María de Cristo (Madrid, 12 de mayo de 1921 - Vitoria-Gasteiz, 8 de septiembre de 2024).
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