Historia de la Parroquia de Nuestra Señora Madre de los Desamparados

El 8 de diciembre de 1961 fue erigida esta parroquia bajo el título de Nuestra Señora Madre de los Desamparados por el Obispo de la Diócesis Monseñor Francisco Peralta Ballabriga, haciendo el número nueve de las establecidas en la Ciudad de Vitoria.

La parroquia está emplazada en la zona de Desamparadas, cuya titulación primitiva data del año 1876, en que se llamaba Avenida de las Desamparadas, nombre que se ve también en el nomenclátor de Vitoria de los años 1881 y 1887. Comenzaba esta avenida en la calle Florida y llegaba hasta la plazuela de su nombre. Hacia el 1855 se llamaba Ronda del Mediodía, perteneciendo a la primera sección de la Vecindad de Postas, y desde el 29 de enero de 1890 se titula calle de Don Ramón Ortiz de Zárate. Entre ésta y las calles de Rioja, Portal de Barreras (hoy Independencia) y Paz (anteriormente Mercado), se halla la Plazuela de Nuestra Señora de los Desamparados, cuya parte oriental ocupaba el primitivo convento-asilo de San José. Este Convento o Casa de Recogidas fue fundado por el Instituto Religioso de Oblatas del Santísimo Redentor.

El 20 de noviembre de 1879 fue construido a sus expensas por Doña Ambrosia de Olavide, que fue su directora y fundadora, ayudado por Doña Felicias Olave como bienhechora, y por el Rvdo. Don Bartolomé Leceta, su consejero y director espiritual.  Don Clemente Olave fue el que donó la imagen de la Virgen Madre de los Desamparados que hoy poseemos. Cuando Doña Ambrosia ingresó en el Instituto de Oblatas pronto, por su virtud y valía, fue constituida Superiora de este Convento, que reformó y amplió en 1898, destinando su iglesia al culto público, la cual sirvió de templo inicial a nuestra parroquia. Pronto, sus grandes dotes y méritos la elevaron a Superiora General de la Congregación, desde 1898 a 1904.

Las religiosas de este convento eran conocidas por ‘Ambrosias’ debido al nombre de su fundadora, o por ‘Desamparadas’ cuyo apelativo se dio luego a toda la zona, porque la capilla estaba dedicada a la Santísima Virgen de los Desamparados, Patrona de Valencia.

Razón del título de la Parroquia
de Nuestra Señora Madre de los Desamparados

Así se llama ahora la parroquia, en virtud de una cláusula fundacional de la constitución del convento, exigía que la desaparecer éste, se perpetuara en su templo el culto a la Santísima Virgen Madre de los Desamparados. El Ayuntamiento de la Ciudad en sesión de la Comisión Permanente del 28 de agosto de 1957, avalada por el Pleno del 4 de septiembre del mismo año, tomó el acuerdo de la enajenación de los terrenos afectaos al Asilo de San José de las Madres Oblatas, haciendo posible el plan de urbanización en una extensión de 55.585 metros cuadrados de superficie, en la que se podrían construir unas 2.300 viviendas.

Se acordó también el traslado del Convento-Asilo a las proximidades del Alto Armentia en las afueras de la Ciudad, permitiendo con ello enajenar y urbanizar la referida finca para la construcción de viviendas y de la nueva parroquia.

El Obispo de la Diócesis nombró al efecto un Patronato gestor de acuerdo con la Comunidad de Madres Oblatas, el 21 de agosto de 1957, para realizar los trámites oportunos con el Ayuntamiento.

La capilla del convento fue la primera sede parroquial, pero era tan reducida que cabían de pie justamente doscientas cincuenta personas.

Demografía

Era preciso un estudio previo demográfico y religioso de la demarcación parroquial para orientar la acción pastoral.

La feligresía inicial se componía de una tres mil personas, que habitaban en parte de siete calles contiguas a la plaza de Nuestra Señora de los Desamparados, disgregadas de las parroquias céntricas de  San Miguel Arcángel y San Vicente Mártir, y de la próxima San Cristóbal.

La primera estadística parroquial completa, que realizamos el 9 de septiembre de 1965, arrojaba 1.480 familias con 4.889 feligreses, distribuidos en las siguientes edades, sexos y estados:

  • De 0 a 7 años: 360 niños y 390 niñas
  • De 8 a 14 años: 226 niños y 265 niñas
  • De 15 a 25 años: 286 chicos y 301 chicas
  • De 26 a 35 años: 110 chicos y 83 chicas
  • De 36 a 50 años: 43 solteros y 98 solteras
  • De más de 50 años: 11 solteros y 103 solteras
  • 945 matrimonios menores de 60 años
  • 228 matrimonios mayores de 60 años
  • 85 viudos y 190 viudas

Sociografía

Las características sociológicas del núcleo originario parroquial están marcadas por una población estable con un modo de vida asegurado.

Casi todos habían nacido en Vitoria y muchos en estas mismas calles, cuya vida se desarrollaba más o menos dentro de esta zona por dedicarse al comercio o a alguna profesión, o porque bastantes ejercían entonces sus actividades y trabajos por el centro de la ciudad.

Por ello, en el orden religioso la antigua capilla de las Madres Oblatas era muy familiar para la mayoría, y el resto, por la cercanía, acudía a la iglesia de los Padres Carmelitas.

El nivel social de los feligreses era medio, porque abundaban los profesionales, funcionarios, comerciantes y obreros cualificados, todos ellos asentados en Vitoria. Los niños y estudiantes tenían cuatro colegios, que absorbían el continente escolar del barrio.

Había también jubilados, algunos de ellos ancianos, que habitaban las buhardillas de los edificios con deficiencias en sus viviendas debido a su modesta economía.

Casi todos los edificios de esa época eran antiguos, había algunos modernos más confortables y con comodidades, y los menos eran recién construidos y puestos al día en todo. Hoy (1986), más de la mitad de las casas de la parroquia son de nueva construcción, acomodadas a las diversas economías.

La composición humana por tanto era casi homogénea, en la práctica religiosa, en el grado cultural medio y en el ordenamiento urbano normal, con estabilidad económica, dedicados los mayores al trabajo realizado con responsabilidad, y los colegiales al estudio con regularidad, dentro del ámbito de una Ciudad culta, distinguida desde antiguo con el título de ‘Atenas del Norte’.

Sociológicamente, una parroquia en la medida en que está delimitada por un territorio y con determinadas personas que la componen, tiene un contexto de mentalidades, costumbres y formas de expresión, que hay que tener en cuenta.

Al principio era fácil conocernos todos, porque éramos pocos y antes de medio año habíamos visitado a todas las familias, sintiéndonos identificados en el mismo anhelo de construcción espiritual y material de la parroquia, la cual queríamos fuese el lugar de encuentro de todos los que nos sentíamos unidos en una misma fe y solidarios en un compromiso de compartir conjuntamente las penas y las alegrías.

Concepción familiar de la Parroquia

El ideal de la parroquia, que concebimos al aceptarla, está reflejado en el editorial de la Hoja Parroquial el 1 de noviembre de 1968 y que transcribimos:

«A veces consideramos la parroquia como un ente jurídico, frío, extraño a nosotros mismos, con la que sólo tenemos una relación obligada en orden a celebrar determinados acontecimientos de nuestra vida. Por eso, quizá, no nos sentimos para con ella obligados, comprometidos, entusiasmados, pero la parroquia es algo propio, entrañable, familiar. Y en la familia nadie se considera extraño; todo es de los que componen el hogar, todos aportan para cubrir las necesidades y todos disfrutan de los bienes que se tienen. Se sienten solidarios en las horas de prueba y en los días de prosperidad. La convivencia hace rebosar el corazón de alegría. Cuando nos vemos y nos tratamos, cuando asistimos asiduamente a los actos religiosos, se despierta entre todos una corriente afectiva, de preocupación, de interés mutuo y hasta de ayuda, si fuera necesario, para poder hacer frente unidos a los problemas más corrientes de la vida».

La parroquia no subsiste ni desarrolla sus actividades por sí sola. Todos en ella nos vemos embarcados. Y sin la colaboración de todos es imposible llenar los fines que ella se propone. La parroquia la vamos haciendo cada día material y espiritualmente entre todos. Espiritualmente la parroquia nos da y alimenta la vida de gracia, nos conforta con los Sacramentos, nos convoca en asamblea, nos estimula con el ejemplo de sus miembros, nos compromete positivamente con Dios y con nuestros hermanos, sacándolos de nuestro egoísmo e individualidad, y nos impulsa a sentirnos gozosamente unidos con los lazos espirituales».

Hoja parroquial ‘Llama’, nº47