Te ofrecemos confesión individual todos los días en la Capilla de la Reconciliación, entrando en la Iglesia por la puerta principal, a la derecha. En horario de mañana –de 11:30 a 12:00 h– y de tarde –de 19:00 a 20:00 h–. Durante las misas suele estar un sacerdote en el confesionario de la Capilla en la que se celebra la Eucaristía.

Si no encuentras a ningún confesor en la Iglesia, llama a los despachos. En tiempo de Adviento y Cuaresma tenemos la celebración comunitaria de la penitencia con confesión y absolución individual. Si tienes alguna duda o necesidad concreta, ponte en contacto con nosotros.

Confesarse parece no estar de moda. Quizá sea difícil y al principio cueste un gran esfuerzo, pero la oportunidad de ‘comenzar de nuevo’ es una de las mayores gracias que podemos recibir en nuestra vida. Comenzar realmente de nuevo: totalmente libres de cargas y sin las hipotecas del pasado, acogidos por el amor de Dios y equipados con una fuerza nueva.

Cuando te confiesas, abres una nueva página en blanco en el libro de tu vida. El segundo después de la absolución es como una ducha al finalizar de practicar deporte, el aire fresco tras una tormenta de verano, la ingravidez del submarinista, el despertar en una radiante mañana… En la palabra «reconciliación» está contenido todo: estamos de nuevo en paz con Dios.

El Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación

El amor de Cristo se muestra en que busca a quienes están perdidos y cura a los enfermos. Por eso se nos dan los sacramentos de la curación y restauración, en los que nos vemos liberados del pecado y confortados en la debilidad corporal y espiritual.

«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» Me 2,17

En ningún lugar ha expresado Jesús de forma más bella lo que sucede en el sacramento de la Penitencia que en la parábola del hijo pródigo: nos extraviamos, nos perdemos, no podemos más. Pero Dios Padre nos espera con un deseo mayor e incluso infinito; nos perdona cuando regresamos; nos acepta siempre, perdona el pecado.

Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies» Le 15,21-22

Jesús mismo perdonó los pecados a muchas personas; eso era más importante para él que hacer milagros. Veía en esto el gran signo de la llegada del reino de Dios, en el que todas las heridas serán sanadas y todas las lágrimas serán enjugadas. El poder del Espíritu Santo, en el que Jesús perdonaba los pecados, lo transmitió a sus apóstoles. Cuando nos dirigimos a un sacerdote y nos confesamos, nos arrojamos a los brazos abiertos de nuestro Padre celestial.


Preguntas frecuentes

Sólo Dios puede perdonar los pecados. «Tus pecados te son perdonados» (Mc 2,5) sólo lo pudo decir Jesús porque él es el Hijo de Dios. Y sólo porque Jesús les ha conferido este poder pueden los presbíteros perdonar los pecados en nombre de Jesús. Hay quien dice: Esto lo arreglo yo directamente con Dios, ¡para eso no necesito ningún sacerdote! Pero Dios quiere que sea de otra manera. «A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,23).

Ningún hombre puede perdonar pecados a no ser que tenga un mandato de Dios para ello y la fuerza que él le otorga, para que el perdón que él concede al penitente se verifique realmente. Los encargados de ello son en primer lugar el Obispo y después sus colaboradores, los sacerdotes.

El examen de conciencia debe ser a fondo. Consiste en interrogarse en un clima de oración acerca del mal hecho y del bien omitido hacia Dios, el prójimo o uno mismo. Sin verdadero arrepentimiento, basado en una confesión de los labios, nadie puede ser absuelto de sus pecados. Igualmente es imprescindible el propósito de no cometer ese pecado nunca más en el futuro. El pecador debe necesariamente declarar el pecado ante el confesor, es decir, hacer una confesión del mismo. Finalmente pertenece a una confesión la reparación o penitencia que impone el confesor al pecador para reparar el daño cometido.

Tenemos que confesar los pecados graves, que recordamos tras un examen de conciencia minucioso, y que aún no se hayan confesado. Aunque no se hayan cometido pecados graves, la confesión es también el gran regalo de la curación y de la unión más íntima con el Señor, aunque estrictamente uno no estuviera obligado a confesarse.

Es cierto que ante la confesión nos sentimos cohibidos. Pero superar esto es ya el primer paso para sanar interiormente. También el Papa debe tener valor para confesar a otro sacerdote —y con ello a Dios— sus faltas y debilidades. Sólo en casos de necesidad existencial (como por ejemplo en la guerra, en un bombardeo o en otra circunstancia en la que un grupo de personas se encuentre en peligro de muerte) puede un sacerdote conceder la absolución a un grupo de personas, sin que previamente se haya dado una confesión individual de los pecados (es la llamada absolución general). En cualquier caso, si se supera esta circunstancia, hay que confesar individualmente los pecados graves en la primera ocasión que se tenga.

No, de ningún modo. El secreto de confesión es absoluto. Todo presbítero quedaría excomulgado si contara a otras personas cualquier cosa que haya conocido en confesión. Ni siquiera a la policía puede decir o insinuar algo. Quizá no haya nada que los presbíteros tomen más en serio que el secreto de confesión. Hay sacerdotes que por ello han soportado torturas y han llegado a morir. Por eso se puede hablar abiertamente sin reservas y uno puede confiarse con gran tranquilidad a un sacerdote, cuya única tarea en ese momento es ser todo «oídos de Dios».

Al llegar a la edad de la discreción hay obligación de confesar los pecados graves. La Iglesia manda que se haga al menos una vez al año. En cualquier caso hay que confesarse antes de recibir la sagrada Comunión si se ha cometido algún pecado grave. Con la expresión ‘edad de la discreción’ la Iglesia se refiere a la edad en la que se ha llegado a usar la razón y se ha aprendido a distinguir entre el bien y el mal.

La penitencia es la reparación de una injusticia cometida. La penitencia no debe darse sólo en la mente, sino que debe expresarse en obras de misericordia y en el compromiso con los demás. También se hace penitencia con la oración, el ayuno y la ayuda material y espiritual a los pobres.

Con frecuencia se entiende mal la penitencia. No tiene nada que ver con maltratarse o con los escrúpulos. La penitencia no es estar dando vueltas sobre lo mala persona que soy. La penitencia nos libera y nos anima a empezar de nuevo.

ABSOLUCIÓN (del Lat. absolvere = desatar, absolver): La absolución del sacerdote es el perdón sacramental de uno o más pecados después de la confesión de los pecados del penitente.

La fórmula de la absolución es: Dios Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la Muerte y Resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Hay que hacer todo lo posible para que el encuentro del niño con el perdón de Dios sea amable y deseable. La primera confesión debe ayudar a los niños y niñas a entender el proceso de admitir un pecado y la necesidad de poner orden en las cosas, de reparar los errores, de pedir perdón, de volver a establecer la amistad con Dios y con los demás. Ayuda hablarle al niño de la primera confesión de manera positiva y alegre haciéndole ver que este sacramento no sólo ayuda a borrar los pecados y experimentar la misericordia de Dios, sino que también infunde en el alma la gracia divina.

Es bueno que el niño vea que el sacramento de la Reconciliación como algo natural. El sacerdote escuchará sus pecados y no se los dirá a nadie. Tiene que saber que en el sacramento de la confesión los pecados desaparecen, se olvidan o mejor, quedan destruidos por el amor de Dios. El niño, poco a poco, también se dará cuenta de que Dios le regala consejos como buen Padre a través del sacerdote para que le vaya bien y sea feliz.

Este sacramento sirve, incluso, para que el niño se desahogue con confianza y tranquilidad. Desahogarse es una necesidad psicológica de toda persona. El niño muchas veces está psicológicamente agobiado y tiene la necesidad de decir lo que siente.

Conviene enseñarles a acusarse de la manera más natural, confesándose oralmente, de memoria y con sinceridad. Sin embargo, lo esencial no está ahí, no está en una lista exhaustiva de pecados o de errores sino más bien en insistir más sobre el arrepentimiento profundo del corazón por amor a Dios y el dolor de haberlo ofendido, así como en el propósito de no volver a pecar.

“Lavarse por dentro”

Una manera de que el niño entienda mejor la necesidad de la confesión es ponerle el ejemplo de la limpieza. Así como se lava la ropa y el cuerpo, también nos tenemos que lavar por dentro, lavar el alma. Que los niños recuerden que Dios nos quiere ver cada vez mejores, menos imperfectos.

Ningún niño se niega a querer ser el mejor amigo de Dios. No es difícil explicar a los niños que en Dios no hay pecado, que Él nunca ha pecado. No basta con que a los niños se les enseñe únicamente que Dios quiere ser su amigo (que es cierto), también hay que decirles que de ninguna manera Dios puede ser amigo del pecado.

Los niños deben comprender que ellos a su manera, como todo ser humano, son pecadores; sin embargo, también tienen que entender que son obras maestras de Dios. Es importante que los niños descubran que el arma de Jesús en la lucha contra el mal es el amor.