Evangelio comentado 23 marzo

Lee la Palabra de Dios y tómate un tiempo para meditarla. ¡Feliz lectura!

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Juan 4, 43-54

En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado: «Un profeta no es estimado en su propia patria».

Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.

Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.
Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo:

«Si no veis signos y prodigios, no creéis».

El funcionario insiste:

«Señor, baja antes de que se muera mi niño».

Jesús le contesta:

«Anda, tu hijo vive».

El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:

«Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre».

El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.

Comentario por José Antonio Badiola

Toda la conmoción, toda la preocupación y todo el temor que ha provocado esta terrible situación de pandemia, que ha arruinado nuestra vida cotidiana habitual y pone en jaque a toda la sociedad, cabe en el ruego del funcionario real a Jesús: “Señor, baja antes de que se muera mi niño”.

Sí; Señor baja antes de que todo nuestro mundo se vaya al garete; antes de que la angustia ahogue nuestros corazones; antes de que el sufrimiento se haga insoportable...

Pero Jesús le había dicho al asustado padre: “Si no veis signos y prodigios, no creéis”. Es como un reproche para quien solo pone su confianza en Dios cuando no hay problemas y todo marcha bien. Creer en los “días de vino y rosas” es fácil y hasta bonito. Creer, que es confiar en Dios y adherirse decididamente a su proyecto salvador, en días en que “pintan bastos” es más complicado. De ahí que muchas veces necesitemos “signos y prodigios”.

Si hubieran ocurrido en vida de Jesús, no habría sido crucificado. Pero la cruz es el más grande desafío a la fe, la que la acrisola, la deja en su desnudez pequeña y, a la vez, la fecunda, la enraiza en el Señor más auténtico y la impulsa...

Con todo, tocaba curar. Juan propone en su evangelio, profundo y denso como la propia andadura espiritual, un itinerario de siete signos progresivos que desembocan en la resurrección de Lázaro. Juan es listo: los llama “signos”, no “prodigios”. Todo un recorrido simbólico para decirnos que Jesús es, para quien cree en Él, agua convertida en vino, salud y sanación, camino para andar en la vida, alimento que sacia los anhelos, motor que propulsa el camino de la vida y, finalmente y sobre todo, VIDA. Vida que ahora nos acompaña y anima; vida que luego, será plenitud y dicha junto al Padre.

El funcionario real creyó en las palabras de Jesús y recibió la buena nueva: su hijo estaba repuesto. Nosotros estamos llamados a creer en las palabras de Jesús: de nuestra fe brota un camino existencial recorrido a su vera, un camino repleto de “signos” de su presencia entre nosotros. La dedicación extenuante de los sanitarios, la apuesta solidaridad de los jóvenes que sirven recados a las personas mayores, los aplausos y cantos de los balcones, el empeño personal y grupal por prevenir contagios, las incontables muestras de bondad que recorren nuestras ciudades y pueblos son también “signos” de su presencia inefable.

A Él, Señor de la vida y de la historia, encomendamos nuestros días, compungidos y agarrotados; con Él seguimos caminando en esperanza y compromiso; en Él enraizamos confiadamente nuestro existir. Que Él siga prodigando sus signos y recibamos pronto “buena noticia”.

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