Adviento: Tiempo de la espera y el sueño de Dios sobre nosotros

A menudo nos planteamos el Adviento como un tiempo en el que nosotros esperamos.

Esperamos la venida del Señor, esperamos su visita, su Adviento, el momento en el que Él esté entre nosotros.

Pero ¿por qué no cambiar por una vez la perspectiva? ¿Por qué en vez de intentar nosotros mirar a Dios en este tiempo no nos DEJARNOS mirar por Él?.

Sueño de DiosSí, el Adviento es tiempo de espera, y si podemos esperar y seguimos esperando es porque nuestro Dios es el primero que espera: espera a cada una y a cada uno de nosotras y nosotros, espera en cada una y en cada uno de nosotros. Nunca deja de soñarnos y de buscarnos con la mayor de las delicadezas, con cuidado, con esmero, con insistencia. Lucas nos presenta una preciosa imagen de Dios, como mujer que barre cuidadosamente para encontrar la moneda.

No sólo nos busca, nos sueña, en este Adviento, y siempre; podríamos poner en boca de Dios estas palabras de un poeta (W. B. Yeats):

Si tuviera los mantos bordados del cielo,
tejidos del oro y la plata de la luz,
Los mantos azules, oscuros y negros del cielo
De la noche, de la luz y la media luz
desplegaría los mantos bajo tus pies:

pero siendo pobre no tengo más que mis sueños,
he desplegado mis sueños bajo tus pies
pisa suavemente... porque pisas mis sueños.

Cuando una persona es especial para nosotras o nosotros, cuando una persona de verdad significa más que el resto, entonces quieres que vuele en tus sueños, que te acompañe en ellos. Dios ha desplegado sus sueños bajo nuestros pies, quiere que le acompañemos en este sueño, precisamente, de nuevo nos lo ofrece, de nuevo lo despliega, porque nos ama de modo especial y cuidadoso, porque es esa mujer que barre en lo escondido y que mira todo con ternura.

Su sueño es lo que nos disponemos a acoger, una vez más: la encarnación. Este es el manto bordado que pone a nuestros pies, un día más, un año más, un Adviento más. Pisemos suavemente sobre este sueño, caminemos suavemente por este manto pobre, pero tejido con esmero por este Dios que se inclina hacia nosotras y nosotros, manto tejido a través de la historia de todos los tiempos, y también de nuestra propia historia. Es el manto pobre de este Dios-madre que barre con cuidado. Grande y hermoso sueño el de Dios, porque  toda esperanza es del tamaño del corazón que espera, y el corazón de Dios es inmenso.

Pero aún sueña más Dios, aún espera más sobre mí: espera lo que espero yo, que esta tierra y este mundo nuestro sean un cielo, que yo sea cielo, que yo sea hija/o. Así aparece en el antiguo himno de la carta a los Efesios:

Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos […] Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos

Ef 1, 4-5

No, en este Adviento, Dios no espera ni sueña cosas raras, su espera y su sueño son mi espera y mi sueño, hacer de la tierra un cielo, ser yo un cielo para los demás.

El sueño y la esperanza de Dios es utopía que deposita también en nuestras manos. No se trata de esperanzas parciales: si se quiere encarnar es porque no pretende quedarse a medias. Va al todo, se juega el todo, lo espera todo. Sólo Dios puede soñar y esperar así sobre nosotros.

También Dios sueña y espera que le demos paso: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap 3,20)

La imagen que ofrece este pequeño texto da un paso más. Él está cerca, a la misma puerta. Llama. No entra cuando quiere, me respeta, quiere que sea yo misma, yo mismo. Y mientras… Dios me sueña. Si damos paso al sueño de Dios sobre nosotras y nosotros, cuando dejamos un resquicio en el corazón para que Él entre, entonces hay cena, imagen que remite al banquete, a lo abundante, a lo que se desborda: el sueño de Dios es entrar y cenar, y derramarse sin medida.

Álvaro Anoz
Servicio de Animación Bíblica de la Pastoral

Ver los comentarios (0)

Leave a Reply

Tu dirección de email no se publicará.

© 2024 Diócesis de Vitoria / Gasteizko Elizbarrutia