La armonía del Evangelio

“La felicidad aparece cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces está en armonía”. Gandhi

¿Quién no persigue esto en la vida?, ¿quién no se levanta cada día deseando disfrutar, sentirse bien, estar lleno de energía, sonreír o saberse pleno, satisfecho? Es el objetivo de toda persona, sólo que a veces no es fácil el camino.

Acabamos de celebrar en Semana Santa, el camino de la pasión y muerte de Jesús. Son textos y fechas entrañables, llenas de profundidad y significado. Esa experiencia de calvario que hoy viven millones de personas, por un lado. Por otro la actitud y comportamiento de amigos, discípulos, poder político y religioso... Hay muchos espejos en los que nos podemos mirar para ver con quién o quienes nos sentimos identificados: con Pedro, con Judas, con María, con José de Arimatea...? Comportamientos y actitudes llenas de contradicción, miedo, esperanza, desilusión.

Así también se sintió Jesús, cuando fue viendo hacia dónde le llevaba la coherencia de sus palabras: “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz”. Pero no fue posible y su actitud no fue la de huir, renegar, luchar contra sus verdugos,… Supo asumir lo que le espera a todo el que denuncia a los poderosos y enaltece a los humildes. A quien se salta la ley (curar en sábado, por ejemplo), o a quien no reconoce como rey más que a “Aquel que viene de lo alto”.

Sin embargo, vivió con la libertad de quien se siente en la verdad. Libre para hacer y decir lo que pensaba en todo momento. Pero se quedó prácticamente solo. Al final, sí que hay una persona que se acerca a él, para ayudar, dar vida y acompañar; y es, José de Arimatea. A pesar de ser un hombre rico, pone su riqueza al servicio de Jesús, le ayuda, le ofrece su sepulcro nuevo y vacío.

Va donde Pilatos a pedir su cuerpo, aunque con ello pone en peligro su vida, porque significarse como amigo del crucificado te convertía en uno de los suyos (cosa que Pedro negó).

José queda doblemente impuro, por tocar a Jesús y por tocar el cuerpo de un “ajusticiado”. Pero no le importa. Limpia el cuerpo, lo envuelve en una sábana blanca, se hace cargo de él. Son acciones de servicio gratuito.

Sus actos le dan la autoridad que no tiene Pilatos. No va a tener agradecimiento. Es la figura de discípulo más gratuita de todo el Evangelio. Es silencio preñado de vida.

En Jesús, parece que ser rico, imposibilita la entrada en el Reino. Es imposible para los hombres, pero posible para Dios. No hay nada que imposibilite entrar en el Reino, porque Dios trabaja los corazones.

Y esto es lo siempre nuevo y sorprendente del Evangelio; que es impredecible, se sale de la norma, de nuestros criterios,... ”porque para Dios, nada es imposible”.

A los discípulos, al igual que a nosotros, les costó entenderlo. Estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos… Al recibir el Espíritu algo cambió. Se llenaron de fuerza, de convicción, de valentía y fueron capaces de vivir en esa armonía que les llevó a la mayoría a la persecución.

¿A qué tenemos miedo nosotros?, ¿vivimos en armonía?, ¿somos felices?

Nos sobran los motivos para serlo, para celebrar, para salir, para anunciar y para denunciar. Para vivir en la armonía del evangelio.

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