Misa Crismal en la Concatedral de María Inmaculada

Este Miércoles Santo de 2022, la Catedral de María Inmaculada, Madre de la Iglesia, ha acogido desde las 11:00h la Misa Crismal, eucaristía previa a la celebración del Triduo Pascual y que ha sido concelebrada por más de un centenar de presbíteros.

El Obispo de Vitoria, D. Juan Carlos Elizalde, ha bendecido los santos óleos: el crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos. En esta celebración, la Diócesis de Vitoria ha arropado también a los sacerdotes y diáconos en este día donde todos ellos han expresado su identidad vocacional renovando sus promesas.

Lee aquí la homilía del Obispo de Vitoria dirigida a sus hermanos sacerdotes de la Diócesis con ocasión de esta Misa Crismal del año 2022. (Descargar en PDF)

 

EL OBISPO DE VITORIA MONSEÑOR JUAN CARLOS ELIZALDE

«HOMILIA MISA CRISMAL 2022»

 

Queridos hermanos,

Ungidos para ser enviados, ungidos para liberar y ungidos para ungir. Ungidos con óleo de Alegría. Hoy reestrenamos nuestra unción: personas consagradas, confirmadas, bautizadas, y también diáconos y presbíteros.

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.» Todos lo podemos decir como Jesús en la sinagoga de Nazareth.
- «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»
¡El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido y me ha enviado!

En pleno proceso sinodal refrescamos la unción de Jesús derrochada en nuestro bautismo que se concreta después en todas las vocaciones.

UNGIDOS PARA CONTRIBUIR SACERDOTALMENTE EN EL SÍNODO

El Secretario del Sínodo y el Prefecto de la Congregación del Clero se han dirigido a todos los sacerdotes del mundo con una carta sobre el Sínodo. Dicen: “El proceso sinodal que nos propone el Papa Francisco tiene precisamente este objetivo: ponerse en marcha juntos, en una escucha recíproca, compartiendo ideas y proyectos, para mostrar el verdadero rostro de la Iglesia: una «casa» hospitalaria, de puertas abiertas, habitada por el Señor y animada por relaciones fraternas...

Si se pone tanto énfasis en el sacerdocio común de los bautizados y en el 'sensus fidei' del Pueblo de Dios, ¿qué será de nuestro papel como líderes y de nuestra identidad específica como ministros ordenados? Sin duda, se trata de descubrir cada vez más la igualdad fundamental de todos los bautizados y de estimular a todos los fieles a participar activamente en el camino y la misión de la Iglesia. Así tendremos la alegría de encontrar hermanos y hermanas que comparten con nosotros la responsabilidad de la evangelización.

Pero en esta experiencia del Pueblo de Dios, puede y debe emerger de una forma nueva, el carisma especial de los ministros ordenados para servir, santificar y animar al Pueblo de Dios.

En este sentido, nos gustaría pediros que hagáis una triple contribución al actual proceso sinodal:

– Haced todo lo posible para que este camino se base en la escucha y la vivencia de la Palabra de Dios. El Papa Francisco nos ha exhortado así recientemente: «apasionémonos por la Sagrada Escritura. Dejémonos escrutar interiormente por la Palabra de Dios, que revela la novedad de Dios y nos lleva a amar a los demás sin cansarse.» (Francisco, homilía para el domingo de la Palabra de Dios, 23 de enero de 2022).

Sin este fundamento en la vida de la Palabra, corremos el riesgo de caminar en la oscuridad y nuestras reflexiones podrían convertirse en ideología. En cambio, poniendo en práctica la Palabra, construiremos la casa sobre la roca (cf. Mt 7,24-27) y podremos experimentar, al igual que los discípulos de Emaús, la luz y la guía sorprendentes del Señor Resucitado.

– Esforcémonos para que este camino se caracterice por la escucha y la aceptación mutuas. Incluso antes de los resultados concretos, ya son valiosos el diálogo profundo y los encuentros veraces. De hecho, son muchas las iniciativas y las potencialidades de nuestras comunidades, pero con demasiada frecuencia las personas particulares o los grupos, corren el riesgo del individualismo y la auto-referencialidad. Jesús, con su nuevo mandamiento, nos recuerda que «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Jn 13,35). Como pastores podemos hacer mucho para que el amor cure las relaciones y sane las heridas que a menudo afectan al tejido de la Iglesia, para que vuelva la alegría de sentirnos una sola familia, un solo pueblo en camino, hijos de un mismo Padre y, por tanto, hermanos entre si, empezando por la fraternidad entre los sacerdotes.

– Cuidar que el viaje no nos lleve a la introspección, sino que nos estimule a salir al encuentro de todos. El Papa Francisco, en la Evangelii Gaudium, nos ha entregado el sueño de una Iglesia que no teme ensuciarse las manos implicándose en las heridas de la humanidad, una Iglesia que camina en la escucha y al servicio de los pobres y de las periferias. Este dinamismo en «salida» hacia los hermanos, con la brújula de la Palabra y el fuego de la caridad, cumple el gran designio original del Padre: «que todos sean uno» (Jn 17,21). En su última Encíclica, Fratelli tutti, el Papa Francisco nos pide que nos comprometamos a ello junto a nuestros hermanos de otras Iglesias, a los fieles de otras religiones y a todos los hombres de buena voluntad: la fraternidad universal y el amor sin exclusión, que debe abarcar todo y a todos. Como servidores del Pueblo de Dios, estamos en una posición privilegiada para que esto no se quede en una orientación vaga y genérica, sino que se concretice allí donde vivimos.”

Imposible no hacer referencia a esta carta en la Misa Crismal de este año. Tampoco puedo dejar de recordar las palabras del papa Francisco en su discurso de apertura del Simposio sobre el sacerdocio este 17 de Febrero en Roma.

UNGIDOS PARA CULTIVAR LAS CUATRO CERCANÍAS SACERDOTALES

He meditado sobre qué compartir de la vida del sacerdote hoy y llegué a la conclusión de que la mejor palabra nace del testimonio que recibí de tantos sacerdotes a lo largo de los años. El tiempo que vivimos es un tiempo que nos pide no solo detectar el cambio, sino acogerlo con la consciencia de que nos encontramos ante un cambio de época

En este contexto, la vida sacerdotal también se ve afectada por este desafío, y un síntoma de ello es la crisis vocacional que en distintos lugares aflige a nuestras comunidades. Sin embargo, es cierto que esto se ha debido frecuentemente a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, por lo que no inspiran entusiasmo ni atracción, como por ejemplo las comunidades funcionales, bien organizadas, pero carentes de entusiasmo, donde todo está bien, pero falta el fuego del espíritu. Donde hay vida, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas. Incluso en parroquias donde los sacerdotes no están muy comprometidos ni son alegres, es la vida fraterna y fervorosa de la comunidad la que suscita el deseo de consagrarse completamente a Dios y a la evangelización, sobre todo si esta comunidad activa reza insistentemente por las vocaciones y tiene el valor de proponer a sus jóvenes un camino de especial consagración. Cuando caemos en el funcionalismo, en la organización pastoral –y sólo en eso– ahí no existe en absoluto ninguna atracción vocacional; en cambio, cuando encontramos un sacerdote o una comunidad con fervor cristiano, bautismal, entonces hay atracción de nuevas vocaciones.

Te damos gracias Señor por nuestros seminaristas, esperanza de nuestra Iglesia. Sin ningún mérito de nuestra parte, Tú Señor, nos los has concedido y confiado. Que sean sacerdotes santos. Nunca los agradeceremos suficientemente. Que les ayudemos a vivir las cuatro cercanías sacerdotales.

1.- La cercanía con Dios permite al sacerdote tomar contacto con el dolor que hay en nuestro corazón y que, si se acepta, nos desarma hasta hacer posible el encuentro. La oración que como fuego anima la vida del sacerdote es el grito de un corazón quebrantado y humillado, que –nos dice la Palabra – el Señor no desprecia (cf. Sal 50,19). «Cuando uno grita, el Señor lo escucha / y lo libra de sus angustias; / el Señor está cerca de los atribulados, / salva a los abatidos» (Sal 34, 18-19).

Un sacerdote tiene que tener un corazón suficientemente “ensanchado” para dar cabida al dolor del pueblo que le ha sido confiado y, al mismo tiempo, como el centinela, anunciar la aurora de la Gracia de Dios que se manifiesta en ese mismo dolor.

2.- Cercanía con el Obispo. El Obispo, sea quien sea, permanece para cada presbítero y para cada Iglesia particular como un vínculo que ayuda a discernir la voluntad de Dios. No es casualidad que el mal, para destruir la fecundidad de la acción de la Iglesia, busque socavar los vínculos que nos constituyen. Defender los vínculos del sacerdote con la Iglesia particular, con el instituto a que se pertenece y con su propio obispo hace que la vida sacerdotal sea digna de crédito. Defender los vínculos.

La obediencia es la opción fundamental por acoger a quien ha sido puesto ante nosotros como signo concreto de ese sacramento universal de salvación que es la Iglesia. Obediencia que puede ser confrontación, escucha y, en algunos casos, tensión pero que no se rompe. Esto pide necesariamente que los sacerdotes recen por los obispos y se animen a expresar su parecer con respeto, valor y sinceridad. Pide también de los obispos, humildad, capacidad de escucha, de autocrítica y de dejarse ayudar. Si defenderemos este vínculo avanzaremos con seguridad en nuestro camino.

3.- Cercanía entre los sacerdotes. Cercanía a Dios, cercanía a los obispos y cercanía a los sacerdotes. Es precisamente a partir de la comunión con el obispo que se abre la tercera cercanía, que es la de la fraternidad. Jesús se manifiesta allí donde hay hermanos dispuestos a amarse: «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos» (Mt 18,20). También la fraternidad como la obediencia no puede ser una imposición moral externa a nosotros. La fraternidad es escoger deliberadamente, ser santos con los demás y no en soledad, santo junto con los demás. Un proverbio africano que ustedes conocen bien dice: “Si quieres ir rápido tienes que ir solo, mientras que si quieres ir lejos tienes que ir con otros”. A veces parece que la Iglesia es lenta —y es verdad—, pero me gusta pensar que es la lentitud de quien ha decidido caminar en fraternidad. También acompañando a los últimos, pero siempre en fraternidad.

4.- Cercanía con el Pueblo De Dios. “Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo fiel.” EG 268

Estoy convencido que, para comprender de nuevo la identidad del sacerdocio, hoy es importante vivir en estrecha relación con la vida real de la gente, junto a ella, sin ninguna vía de escape. “A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura.” EG 270

UNGIDOS PARA ABRAZAR LA CRUZ DE CRISTO CON FECUNDIDAD

La cruz es compleja, no es simple. ¿Cómo olvidar las palabras del Papa en la Misa Crismal del año pasado? A mí me marcaron. Vivo de ellas.

“Es verdad que hay algo de la Cruz que es parte integral de nuestra condición humana, del límite y de la fragilidad. Pero también es verdad que hay algo, que sucede en la Cruz, que no es inherente a nuestra fragilidad, sino que es la mordedura de la serpiente, la cual, al ver al crucificado inerme, lo muerde, y pretende envenenar y desmentir toda su obra. Mordedura que busca escandalizar, esta es una época de escándalos, mordedura que busca inmovilizar y volver estéril e insignificante todo servicio y sacrificio de amor por los demás. Es el veneno del maligno que sigue insistiendo: sálvate a ti mismo.

Y en esta mordedura, cruel y dolorosa, que pretende ser mortal, aparece finalmente el triunfo de Dios. San Máximo el Confesor nos hizo ver que con Jesús crucificado las cosas se invirtieron: al morder la Carne del Señor, el demonio no lo envenenó —sólo encontró en Él mansedumbre infinita y obediencia a la voluntad del Padre— sino que, por el contrario, junto con el anzuelo de la Cruz se tragó la Carne del Señor, que fue veneno para él y pasó a ser para nosotros el antídoto que neutraliza el poder del Maligno.”

La cruz mayor en la familia no es el sacrificio sino las injerencias externas, por ejemplo, de la familia política. Lo más duro del trabajo no es el esfuerzo, sino los agravios comparativos o las injusticias. Los más doloroso del seguimiento a Jesús no es el olvido propio sino la desunión o las zancadillas entre los cristianos.

“¿Por qué el Señor abrazó la Cruz en toda su integridad? ¿Por qué Jesús abrazó la pasión entera, abrazó la traición y el abandono de sus amigos ya desde la última cena, aceptó la detención ilegal, el juicio sumario, la sentencia desmedida, la maldad innecesaria de las bofetadas y los escupitajos gratuitos...? Si lo circunstancial afectara el poder salvador de la Cruz, el Señor no habría abrazado todo. Pero cuando fue su hora, Él abrazó la Cruz entera. ¡Porque en la Cruz no hay ambigüedad! La Cruz no se negocia.”

O abrazas la cruz entera o dejas de amar porque no hay familia ideal, no hay trabajo ideal, ni obispo, ni presbiterio, ni comunidad ideal. Gracias hermanos sacerdotes por vuestra entrega a las comunidades a pesar de todas las dificultades. Gracias de todo corazón en nombre de todo el pueblo santo fiel de Dios.

«Pero nosotros no somos de los que retroceden (hypostoles)» (Hb 10,39) dice el autor de la Carta a los Hebreos. «Pero nosotros no somos de los que retroceden», es el consejo que nos da, nosotros no nos escandalizamos, porque no se escandalizó Jesús al ver que su alegre anuncio de salvación a los pobres no resonaba puro, sino en medio de los gritos y amenazas de los que no querían oír su Palabra o deseaban reducirla a legalismo (moralistas, clericalista).”

O abrazas la cruz entera o dejas de amar. Nos jugamos la santidad sacerdotal en la cercanía con Dios, con el Obispo, entre los sacerdotes y con la gente. En todas, también en la relación presbítero-obispo. Participamos del sacerdocio de Cristo y por tanto nuestra relación es de corresponsabilidad, colaboración, disponibilidad y adhesión. Si yo no quiero a un sacerdote tengo un problema y se resiente mi proyecto de vida y santidad personal. Pero si eso le pasa al sacerdote, también él tiene el mismo problema. Se ponen en tela de juicio las demás cercanías, se tambalea la relación con Dios, se envenena la relación con los otros sacerdotes y se pone en cuestión la entrega real a la gente. “Que Él visite a sus sacerdotes en la oración, en el obispo, en los hermanos presbíteros y en su pueblo”, decía el Papa Francisco en su discurso el 17 de febrero. Que la renovación de las promesas sacerdotales sea nuestro sí a esta visita del Señor.

Finalizaba el Papa, el año pasado esta misa crismal, con una confidencia: “Quiero terminar con un recuerdo. Una vez, en un momento muy oscuro de mi vida, pedía una gracia al Señor, que me liberara de una situación dura y difícil. Un momento oscuro. Fui a predicar Ejercicios Espirituales a unas religiosas y el último día, como solía ser habitual en aquel tiempo, se confesaron. Vino una hermana muy anciana, con los ojos claros, realmente luminosos. Era una mujer de Dios. Al final sentí el deseo de pedirle por mí y le dije: “Hermana, como penitencia rece por mí, porque necesito una gracia. Pídale al Señor. Si usted la pide al Señor, seguro que me la dará”. Ella hizo silencio, se detuvo un largo momento, como si rezara, y luego me miro y me dijo esto: “Seguro que el Señor le dará la gracia, pero no se equivoque: se la dará a su modo divino”. Esto me hizo mucho bien: sentir que el Señor nos da siempre lo que pedimos, pero lo hace a su modo divino. Este modo implica la cruz. No por masoquismo, sino por amor, por amor hasta el final.”

Que Santa María, la Virgen Blanca, Nuestra Señora de Estíbaliz, San Prudencio y el Beato Pedro de Asúa intercedan por nosotros y por nuestra Diócesis.

+ Juan Carlos Elizalde
Obispo de Vitoria

En Vitoria-Gasteiz, Miércoles Santo, 13 de abril de 2022.

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