Evangelio comentado 16 abril

Lee la Palabra de Dios y tómate un tiempo para meditarla. ¡Feliz lectura!

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 35-48

En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:
«Paz a vosotros».
Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu.
Y él les dijo:
«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
«¿Tenéis ahí algo de comer?».
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Y les dijo:
«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
Y les dijo:
«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

Comentario por Xabier Argote, seminarista 

La escena del Evangelio de este jueves es la continuación del de ayer. Cuando los dos discípulos iban hacia Emaús, recocieron al Señor en la fracción del pan y volvieron a Jerusalén, donde estaban reunidos los Once, para relatarles la experiencia de encontrase con Cristo resucitado. Discípulos que creían que su Maestro les había dejado y que no volverían a sentir su cercanía; al ver padecer y morir a su Señor, al negarlo por tres veces, al ver la persecución que comenzaba contra ellos… pierden toda esperanza y comienzan a dudar. 

Los discípulos al contarse entre ellos sus experiencias con el resucitado, la experiencia que era en su inicio individual, comienza a ser al mismo tiempo comunitaria. La Iglesia, que la formamos todos nosotros, es el mejor testimonio de la resurrección de Jesús, ya que desde los comienzos del cristianismo cuando surgían dudas sobre la resurrección, la comunidad cristiana ponía de manifiesto que ellos también tuvieron dudas, que no eran personas ingenuas y que no creían fácilmente. Esto se nos relata hoy: las dudas de los discípulos y la misión encomendada por Cristo a sus apóstoles.

Pero Jesús está cerca, se presenta en medio de ellos, saludándolos con la paz. Reconoce sus miedos, su falta de fe, y les dice soy yo mismo (v.39), y a los discípulos solo les queda exclamar: ¡Señor, tú estás aquí con nosotros! Cuando Jesús aparece no logran reconocerlo, observamos un desencuentro entre el Jesús que conocían y el resucitado; pero Él hace lo posible para que lo reconozcan: les dice soy yo mismo y les manda tocarlo para asegurarse que no es un espíritu, come ante ellos. Están ante el mismo que vieron muerto, con aquel que caminaban en vida proclamando el Reino de Dios, pero ahora está resucitado en cuerpo y alma. ¿Somos nosotros capaces de encontrarnos con Jesús en nuestra vida? Tal vez tengamos alguna imagen equivocada de Él o podemos buscarlo de manera equivocada, puede que no sepamos encontrarlo en los momentos de dificultad igual que en los momentos de alegría, pero tenemos que tener la seguridad que Él está junto a nosotros, en nuestro interior de manera especial. Ser conscientes de que estamos habitados por el Espíritu cambia la vida y le da un nuevo sentido. 

Cristo abrió sus mentes para que comprendieran las Escrituras (v.45), ante las dudas de creer en un mesías crucificado, Jesús pone de manifiesto que en los libros sagrados ya se hablaba sobre Él, que debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día y que se predicaría en su nombre la conversión (v.46-47). Con Jesús las Escrituras adquieren toda su plenitud, desde Él las leemos; pero también toda nuestra vida debe ser un testimonio de la presencia de Cristo, y saber encontrar en nuestro día a día su presencia, su cercanía. 

Vosotros sois testigos de estas cosas (v.48). Así termina el Evangelio de hoy. Se nos da una misión para cada uno de nosotros y todas las comunidades cristianas extendidas por el mundo, y ahora más que nunca también para la Iglesia doméstica: ser testigos de la resurrección de Cristo, vivirla con los hermanos en la práctica de la misericordia, para que desde este acontecimiento decisivo y central de la fe, todos nos reunamos en torno al Padre y vivamos realmente como sus hijos amados. 

Al igual que los discípulos dudaron de que Cristo seguía vivo y cerca de ellos, también nosotros podemos llegamos a dudar, y nos preguntamos dónde está Dios, repetimos aquellas palabras Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27,46) La duda del cumplimiento de las promesas de Dios entra en nosotros y nos impide avanzar y ser libres, nos impide vivir nuestra fe con intensidad, dudamos de la presencia de Dios en nuestra vida. Pero, ¿acaso nunca hemos sentido a Cristo cerca, al lado de nosotros, caminando junto a nosotros? Cada uno de nosotros hemos sentido el amor de Dios, por eso mismo somos cristianos, por lo que, ¡atrevámonos a ser testigos de ese amor y alegría que nos da el tener a Dios como Padre!

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