Evangelio comentado 23 abril

Lee la Palabra de Dios y tómate un tiempo para meditarla. ¡Feliz lectura!

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 31-36

"El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él".

Comentario por Iñaki Ruiz de Azúa

Estas reflexiones que leemos en la lectura de hoy las pronuncia Juan el Bautista. Según relata el otro Juan, el Evangelista, en aquel tiempo Jesús y sus discípulos se encontraban bautizando en la región de Judea, se supone que en una zona próxima a Enón, lugar donde bautizaba su primo Juan. Digo se supone, porque la ubicación de Enón aún no ha podido ser identificada con certeza.

Al hilo de esta proximidad entre ambos “maestros”, una persona judía discutía con los discípulos del Bautista sobre la purificación. Estos, acudieron a su maestro para preguntarle: «Rabí, el que estaba contigo en la otra orilla del Jordán, de quien tú has dado testimonio, ese está bautizando, y todo el mundo acude a él». Lógicamente, querían aclarar cuál era la “fuente” verdadera de purificación. Juan no vacila un instante en recordarles lo que ya les había dicho: «Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de él. [...] Él tiene que crecer y yo tengo que menguar».

En este contexto llegan las explicaciones de Juan que acabamos de leer: «El que viene del cielo está por encima de todos. [...] El que Dios envió habla las palabras de Dios».

¿Le creyeron? ¿Lo creemos? Unos sí y otros no, unos con más convencimiento y otros con menos, esto parece una evidencia, pero justo en este detalle está la clave: «El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él».

El que cree posee la vida eterna. Nos tenemos que fijar en este verbo declinado en presente, no en futuro. No puede existir una vida eterna si no ha comenzado ya. El cristiano no cree en una vida futura sino en una vida eterna, perdurable... una vida que no tenemos que esperar a vivirla sino que tenemos que empezarla cuanto antes. Como explica el escritor cristiano belga Louis Evely en su libro 'El ateísmo de los cristianos': "¡Cuántos se resignan a soportar su vida..., y la de los demás, con la idea de que sólo les quedan unos años que purgar en este valle de lágrimas! Pero Cristo nos manda que establezcamos inmediatamente entre nosotros y los demás unas relaciones de amor que puedan ser eternizadas. Hemos de convertirnos cuanto antes en aquellas personas que nos gustaría eternizar".

Solo conocemos al Padre a través del Hijo; solo conocemos al Hijo a través de la Iglesia, y a la Iglesia a través de nuestros hermanos. Nuestra fe y nuestro amor a Dios se viven en nuestra fe y nuestro amor a las personas que nos rodean. Dios está con nosotros todos los días, en cada hombre, en cada mujer, en cada niño, en cada joven, en cada anciano... y espera que lo descubramos para manifestarse. Solamente amaremos a Dios si amamos a los hermanos. Como explica Evely, "no estaremos nunca más cerca de Jesús que lo que estemos de nuestros vecinos".

Lo tienes cerca, descubre tu fe en tu corazón, como Bartimeo, un mendigo ciego que no vaciló al gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí!” Así de fácil y así de complicado: ¡Jesús, ten misericordia de mí y de todos los pecadores!

«Tu fe te ha salvado».

 

Nota: Justo en el siguiente capítulo de este Evangelio se matiza un detalle: Jesús no bautizaba, sino que eran sus discípulos quienes lo hacían.

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