Evangelio del día: «¡Señor mío y Dios mío!». Jn20,24-29

Evangelio comentado 29 abril

Lee la Palabra de Dios y tómate un tiempo para meditarla. ¡Feliz lectura!

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Mateo 11, 25-30

En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Comentario por Carlos Almaraz

La primera parte del evangelio de hoy es una oración espontánea que Jesús dirige al Padre al ser contagiado de la alegría de sus discípulos, que le cuentan lo bien que les ha ido en su primera experiencia misionera: “hasta los demonios se nos sometían en tu nombre”. Pero al mismo tiempo le compartían una tremenda perplejidad: nosotros esperábamos que fueran las personas formadas y letradas las que se interesarían por nuestro mensaje, las que conocen la Ley porque saben leer, las que están instruidas en estas cosas. Pero no: ha sido lo contrario. Han sido las gentes iletradas y analfabetas, las más pobres y explotadas, las más insignificantes, las más alejadas de la Ley -según las autoridades judías- las que más fácilmente nos han acogido y escuchado: nos abrían sus humildes casas, nos sentaban a su mesa y recibían nuestras palabras como pan que alimentaba sus estómagos o bálsamo que curaba sus maltrechas vidas. Nos hemos llevado una tremenda sorpresa. Y por eso ha sido tan fácil curar en tu nombre, perdonar sus pecados o expulsar los demonios que los hacen desdichados.

Y Jesús comprueba que es su misma experiencia apostólica y confirma su sospecha: que esa es la voluntad del Padre, su beneplácito. Y entiende por qué: los que tienen la Ley no necesitan nada más, están llenos de sí, orgullosos y seguros de su salvación, lo que les incapacita para abrirse a la novedad que El trae de parte de Dios: la revelación mesiánica, el deseo de hacernos sus hijos para vivir como hermanos en una humanidad restaurada. Por eso este Reino es de los pobres: porque ellos lo han comprendido y lo han acogido. De nuevo la paradoja tantas veces denunciada: los que parece que ven son los ciegos, los sabios y entendidos son los ignorantes y necios, los primeros son los últimos en enterarse.

Y Jesús alaba al Padre también por sus discípulos, porque ellos, torpe pero sinceramente, lo van entendiendo: la vida nueva consiste en abandonarse, vaciarse, desapropiarse para ponerse enteramente a disposición del Padre. Dejar todo en sus manos para que sea El el que haga a través de nosotros. Dios quiere conquistar el mundo y nos necesita como colaboradores. Por eso los pequeños, los pobres, los humildes… lo tienen más fácil, a no ser que se cierren también.

Este es el Padre que Jesús, que vive referido a El, nos quiere revelar. Pero para entenderlo necesitamos una luz, luz que sólo se otorga a los humildes y sencillos.

Pero ¿cómo aprender a ser más humildes? Nos lo dice la última parte del evangelio: venid, tomad y aprended.

Venid a Mí: vivir enraizados en El, vivirlo todo con El, en amor de amistad y confianza, soportando los golpes de la vida sabiendo que no nos podrán separar del amor de Dios.

Tomad mi yugo, que parece pesado, pero es ligero. Es ligero porque no lo llevamos solos. El yugo es todo aquello que hemos decidido hacer como voluntad de Dios o aceptar como tal, consintiendo en sus planes misteriosos, a veces tan costosos y sacrificados. El que ama a Jesús quiere compartir su carga.

Aprended de Mí: las dos virtudes más necesarias, la mansedumbre y la humildad. Manso es el que reacciona ante cualquier acontecimiento con la nobleza y la prestancia de Jesús. Por eso nada le irrita o desespera, desanima o violenta, porque tiene sus cimientos en la roca de Jesús. Y humilde… humilde es Dios.

El evangelio de hoy nos ofrece las mejores herramientas para vivir este tiempo de confusión y confinamiento: en alabanza confiada, porque sólo los pobres y pequeños saben que Dios saca lo bueno de lo malo, la vida de la muerte, la fuerza de lo débil. Y en humildad agradecida, porque si dejamos que Jesús sea el Señor de nuestra vida, ¿qué podemos temer? ¿qué futuro nos puede asustar? ¿qué reto es imposible?

Un bonito día para contemplar a Jesús como Corazón y pedirle que nos dé un corazón como el suyo.

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