«La devoción a la Virgen»

  • Tribuna de opinión firmada por Saturnino Ruiz de Loizaga, sacerdote franciscano, escritor y paleógrafo de textos y obras medievales.
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Dentro de poco, el 5 de agosto, celebraremos la fiesta de la Virgen Blanca, fiesta que tiene sus orígenes en una antigua nevada insólita en Roma, en el lugar donde se levantaría la Basílica de Santa María la Mayor. Igualmente, el 15 de agosto celebraremos la fiesta de la Asunción de la Virgen que nos habla del final terrenal de María. Fiesta mariana muy antigua proveniente del Oriente cristiano y que llevaba por nombre la “Dormición de la Virgen”, pero que desde el siglo VIII empezó a celebrarse en Occidente como fiesta de la Asunción.

San Pablo nos dice (I Corintios, 15, 20-17) cómo en la plenitud de los tiempos Dios mandó a su Hijo, nacido de mujer… De modo que vemos que al centro de la Historia, en la plenitud de los tiempos tenemos que ver junto al Salvador también a la Madre, a su Madre. Dios se hace presente entre nosotros, nos ha visitado mediante María.

María ha sido elegida para dar a Dios una existencia humana. Por medio de ella Dios aparece en este mundo en forma humana. Con su Sí al ángel, María hace que el mismo Dios se haga presente en este mundo en persona, en carne. María nos trae la presencia del Señor. La unión más estrecha entre Dios y los hombres se realiza mediante María.

Frente a este título de MARÍA MADRE DE DIOS que hoy damos a la Virgen, todos los otros títulos, privilegios marianos, casi desaparecen. La maternidad de María es la raíz y el fundamento de todos los otros privilegios marianos. Sin ese título la Virgen no tendría razón de ser, no hubiera existido en efecto.

Pero el hecho es que Dios se ha hecho presente entre nosotros, nos ha visitado mediante María. Es el misterio más antiguo que se conmemora en la Iglesia, en la vida de la Iglesia. Fue proclamado dogma de fe en los primeros siglos, en los primeros concilios de la Iglesia, en el año 431 en el concilio de Éfeso.

María tiene un papel importantísimo en la historia de nuestra salvación. Hablar de María es, en definitiva, hablar de nuestra redención, de nuestra salvación. La misión de María es la de traernos el Salvador. Conocer más y mejor a María es conocer más y mejor a Jesús.

Se equivocan aquellos que dicen que la devoción a la Virgen María nos separa, nos aleja, nos distancia del verdadero y único Mediador que es Cristo. Pero quien ha hecho alguna vez en la vida la experiencia verdadera y auténtica de vivir la presencia de María en la propia vida, esa se resuelve, se concluye, se concreta toda en una experiencia del Evangelio, en un nuevo descubrimiento de Cristo.

Cuántos, pero cuántos han retornado a Dios, a Jesucristo, a la fe en Cristo pasando delante de la Virgen de Lourdes, de Fátima, de Medjugorje.

Todo esto está en regla con cuanto decían y escribían algunos santos de los siglos pasados, como San Alfonso María de Ligorio, San Luis María Griñón de Monfort o San Juan Bosco: AD JESUM PER MARIAM. Llegar a Jesús a través de María.

Y más concretamente, el fundador de los Redentoristas, San Alfonso María de Ligorio, nos dice en su famoso libro 'Las Glorias de María', lo siguiente: “Que la devoción a la Virgen, a nuestra Madre del Cielo, es garantía moral de nuestra salvación eterna". "Ninguno está seguro de salvarse" –nos dice–, pues cada día lleva, nos trae alguna incertidumbre. En la meta, en el final de nuestra vida, o mejor, “en el atardecer de la vida” (como nos dice S. Juan de la Cruz) quedará siempre alguna duda, algún temor, algún interrogante, algún remordimiento. Pero el devoto de la “Madonna”, de la Virgen, tiene tantos motivos más para no perderse, para no temer. Esto es también doctrina de la Iglesia, de los SS. Padres, de los Doctores, de los Papas.

Concretamente el Concilio Vaticano II habla de María, como Madre de Dios y Madre de la Iglesia y la define como: “Tipo y modelo, por su fe y su colaboración al plan de salvación". Y nos ha dicho que: “Es como un elemento calificante de la genuina piedad de la Iglesia". Os recuerdo que no ha habido santidad en la Iglesia, virtud que no haya florecido a la sombra de la Virgen María. Pero no solo la santidad, también las conversiones, curaciones, los milagros son a menudo obra de la Virgen María.

Por tanto, la devoción a la Virgen María no es algo facultativo, yo diría que es indispensable para el creyente, para cada uno de nosotros.

No sería ella, no sería Madre si no viniera a nuestro encuentro, especialmente al final de la vida, pues tantas veces la hemos invocado en el AVE MARÍA diciendo: “Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.

María, la creyente perfecta, la primera cristiana, íntimamente unida a Cristo, plenamente libre, servidora de los hombres. He aquí que este mes de agosto que iniciamos, vamos a levantar los ojos hacia Ella, pidiendo, invocando su protección, su auxilio, su ayuda. Gracias María.


Saturnino Ruiz de Loizaga, OFM, sacerdote franciscano, escritor y paleógrafo de textos y obras medievales.

 


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